Lightyear no es la precuela de Toy Story. Tampoco un desprendimiento en sentido estricto de una de las historias más logradas, emotivas y brillantes que Pixar supo darnos en sus 26 años de historia animada. En cambio, un par de concisas placas nos informan al comienzo que en 1995 (fecha de aparición de la primera Toy Story), al pequeño Andy le regalaron un muñeco de Buzz Lightyear, el personaje protagónico de su película favorita, una aventura espacial y de ciencia ficción. Y lo que vamos a ver es precisamente esa película.
Entonces, Lightyear es otra cosa. La primera película de Pixar estrenada en los cines argentinos desde marzo de 2020 es una aventura de 100 minutos dinámica, entretenida y sobre todo visualmente perfecta. En estas dos décadas y media de asombrosa evolución, Pixar llegó a una instancia de creatividad digital tan admirable que ya no sabemos si lo que estamos viendo es animación o realidad. A esta altura parecen lo mismo.
Y al mismo tiempo, en línea con el viraje que el estudio empezó a hacer desde la salida de John Lasseter y el estreno de la innecesaria Toy Story 4, es una historia en la que ciertos “mensajes” explícitos se imponen por sobre la audacia, la originalidad y el ingenio de su época de oro. A propósito de cambios, ¿por qué cada nuevo estreno de Pixar no llega ahora acompañado como ocurría en el pasado por alguno de sus extraordinarios cortos animados?
Podría decirse que Lightyear se resiste al exceso de psicologismo que le dio corto vuelo a las flojas experiencias de Intensa Mente y Soul. La trama se inspira sobre todo en ciertos mundos de ciencia ficción con estilo vintage que conocimos sobre todo en las películas de Viaje a las estrellas protagonizadas por su elenco original entre 1979 y 1991. Hay unas cuantas sorpresas y hallazgos muy divertidos en cada puerta que se abre y en cada botón que se oprime dentro de las sofisticadas naves espaciales en las que transcurre buena parte de la acción.
Pero lo que no se hubiese concebido de ninguna manera en una aventura de ciencia ficción con viajes interplanetarios destinada en 1995 al público infantil es la presencia de un personaje como el de la capitana Alisha Hawthorne, que construye una familia a partir de la unión con otra mujer. Lo que en una historia de nuestros días resulta perfectamente natural (y que se muestra en la película a través de una extraordinaria secuencia sobre el paso del tiempo, tan conmovedora y lograda como en Up, una aventura de altura) no cuaja en la mirada retrospectiva de Lightyear y solo se entiende como respuesta a la necesidad de dejar sentada una toma de posición bien visible sobre temas importantes de la actualidad.
Lightyear, a la vez, es la historia de un personaje que hace todo lo posible por sobreponerse a sus errores y a no quedar atrapado por ellos, como le pasa a nuestro héroe tras una fallida misión en un planeta no habitado. Este aspecto de la personalidad del space ranger termina ocultando el atributo más celebrado que siempre tuvo en Toy Story, ese egocentrismo a toda prueba, lleno de vanidad y obstinación, realzado en cada nueva aparición por el talento vocal de Tim Allen.
En esta película, Allen es reemplazado por Chris Evans, cuya voz contribuye a la construcción de un personaje mucho más serio y consciente de su misión, pero a la vez menos interesante en términos de conducta. Solo quienes vean Lightyear en su versión original subtitulada (en la inmensa mayoría de las salas se proyecta la copia doblada al español) percibirán ese matiz fundamental. Curiosamente, aquí no hay tanto lugar para las clásicas bromas y referencias visuales de Pixar como sí ocurría en WALL-E, la otra gran aventura espacial y futurista de Pixar, que solo en apariencia parecía más fría y deshumanizada.
Lo mejor de Lightyear aparece después de una serie de intrincadas peripecias que estiran demasiado el relato y antes de un final demasiado parecido al de Top Gun: Maverick. Ocurre cuando nuestro héroe se asocia a una nueva y multifacética tripulación en la que brilla un gato robot llamado Sox, el mejor personaje de toda la película y también el más divertido. Aquí, en el encuentro entre dos personajes que reconocen lo que tienen en común más allá de sus diferencias, es donde Pixar regresa a las fuentes y parte de la inspiración de sus mejores momentos. Eso sí, todavía bastante lejos en todo sentido del mundo creado alrededor de las tres primeras películas de Toy Story. Nuestro recuerdo más entrañable de Buzz Lightyear sigue asociado a esa experiencia insuperable. Hasta el infinito y más allá.