Lilo, Lilo, cocodrilo es una de esas propuestas familiares que ennoblece la tradición de películas aptas para todo público, aunque no deja de ser también una propuesta que recurre a ciertos subrayados y recursos un tanto trillados que la ponen en jaque permanentemente.
La película basada en la serie de libros de Bernard Waber, y dirigida por Josh Gordon y Will Speck, cumple con su cuota de aventura infantil extravagante, ya que tiene como protagonista a un cocodrilo que canta. Además, cuenta con Javier Bardem como estrella principal, quien cumple con dignidad las exigencias de un guion poco exigente.
Héctor P. Valenti (Bardem) intenta participar como mago y cantante en un concurso que consagra a futuras estrellas del espectáculo, en uno de esos típicos casting a lo “cantando por un sueño”. Tras varios rechazos, Valenti llega de casualidad a una tienda de animales exóticos y decide comprar uno. Así descubre a un cocodrilo bebé que tararea y baila, y al que bautiza como Lilo.
Valenti se lo lleva a casa y empiezan a ensayar cantos y bailes para futuros espectáculos. Valenti cree tener asegurado el éxito. Pero cuando llega el momento del primer show, al cocodrilo Lilo le entra un pánico escénico que le impide cantar. El público se ríe y lo abuchea. Valenti, herido por la imposibilidad de expresarse de Lilo, decide seguir probando suerte solo.
Años después, llegan a Nueva York, a la casa desocupada de Valneti, la familia Primm, compuesta por papá (Scoot McNairy), mamá (Constance Wu) y el hijo Josh (Winslow Fegley). Pero tienen la mala suerte de tener de vecino al insoportable y quisquilloso señor Grumps (Brett Gelman), quien vive con una gata a la que adora y sobreprotege.
Es ahí cuando Josh empieza a sentir ruidos raros en el ático, hasta que descubre a Lilo. Después del susto que se lleva al verlo, el cocodrilo le enseña al niño sus habilidades de canto y se hacen amigos inseparables.
Josh ve en Lilo algo de él, ya que Josh es una especie de marginado en la escuela. De a poco empiezan a jugar, sobre todo a la noche, porque Lilo duerme durante el día y sale a las noches a desparramar los basureros en busca de desperdicios de comida fresca.
Muy pronto la madre de Josh descubre el secreto de su hijo, y le pasa lo mismo que al pequeño: se enamora del carisma de Lilo. Luego se entera el padre, el que más se resiste a aceptar al cocodrilo parlante en la familia. Sin embargo, cuando reaparece Valenti empiezan los problemas, ya que vuelve con la idea de que Lilo cante con él en el escenario.
La técnica de animación para hacer posible a Lilo es lo mejor de la película, ya que el realismo y la ternura que logra hacen que la historia entretenga y haga reír en igual medida. A los efectos especiales se le suman las actuaciones del elenco, que cumplen con profesionalidad los papeles de una historia que quiere llegar al corazón del espectador sin trampas, sin golpes bajos, sin manipular los sentimientos.
Se agradece que la película tenga un sentido clásico de la aventura y que proponga un relato sin pretensiones.
El filme tiene, además, la virtud de mezclar el musical con la comedia familiar sin desentonar ni abusar de las canciones. También cuenta con algunos gags efectivos y con algunas escenas que emocionan al espectador más sensible. Lilo, Lilo, cocodrilo es tan inofensiva como efectiva, ideal para ver con toda la familia.