Sangre y barro, en la guerra y en la paz
Filme conversado, casi teatral, que cuenta los últimos días del presidente Lincoln: el final de la guerra civil y el lobby que había desatado para lograr la aprobación de la enmienda que iba a terminar con la esclavitud. En la superficie, una biografía humanizada del prócer, en al fondo, una exaltación de la democracia, por encima incluso de algunos de sus dudosos recursos.
El necesita los votos antes de que acabe la guerra. Y todo vale: arreglos, aprietes, compra de voluntades, manipulaciones. Spielberg y Day-Lewis consiguen traernos un Lincoln humano, que a veces duda pero capaz de negociar y arriesgar su propio sentido de la moral para alcanzar su gran objetivo. No lo presentan como un héroe. Es un relato minucioso, serio, bien dialogado. Hay apuntes sobre su intimidad, pero el filme se olvida de los grandes momentos (no se ve el asesinato) para hablarnos de la vida íntima de este hombre, vehemente y algo cansado, que confiesa conocer a pocos negros, que tampoco habla de dejarlos votar, pero que se juega todo para poder terminar con la servidumbre forzada y la humillación. En la parte final, Spielberg deja a un lado el encierro y muestra su mejor nervio: tensiones, estudios de rostros, agudas reflexione sobre la esclavitud, la democracia, el deber y la conciencia. Un filme denso, discursivo, algo monótono, pero sobrio, humano, interesante.
La escena del comienzo enseña que hay sangre y barro en la historia de todos los pueblos. Y lo explicará el propio Lincoln: la brújula marca el norte pero no avisa sobre los contratiempos del camino; y hay que sortearlos como sea.
La democracia también necesita barro y sangre.