Detrás de la política
A esta altura Steven Spielberg no necesita demostrar que puede filmar lo que se le antoja, desde la saga de Indiana Jones hasta “La lista de Schindler”, pero con “Lincoln” confirma que su talento sigue intacto. Lo curioso es que, en algunos aspectos centrales, esta ni siquiera parece una película de Spielberg: la tensión está siempre presente, pero los aspectos visuales pasan a un segundo plano para exponer el peso de la palabra y los diálogos.
??En este punto, vale ante todo una aclaración: “Lincoln” no está pensada como un filme biográfico que viene a contarnos las hazañas de uno de los presidentes más importantes en la historia de EEUU. La película se concentra en un período breve pero muy jugoso: los últimos cuatro meses de la vida de Abraham Lincoln, entre enero y abril de 1865, cuando se aprobó la 13ª enmienda que abolió la esclavitud y se puso fin a la sangrienta Guerra Civil. Así el centro de la acción se desarrolla en despachos gubernamentales y en el Congreso, donde la cámara de Spielberg muestra abiertamente el lado oscuro de la política: el lobby, la compra de votos, los conflictos de intereses y los dilemas entre las circunstancias y las convicciones en las negociaciones para conseguir la famosa enmienda.
??Si la película nunca pierde el pulso es en gran parte mérito del guionista Tony Kushner (que ya trabajó con Spielberg en “Munich”). Los diálogos son ajustados, realistas, sin declamaciones ni acartonamientos, y con algunas definiciones políticas de las que sería bueno tomar nota. Kushner también rescata algunas viñetas de un Lincoln íntimo, como la conflictiva relación con su esposa y con un hijo rebelde, aunque nunca pone el acento en cuestiones melodramáticas. El único reproche, tal vez, es que se extiende demasiado en detalles históricos que no resultan relevantes.
??Si los diálogos golpean, es también porque están sustentados por las actuaciones. Daniel Day-Lewis brilla como siempre, aunque afortunadamente no se termina engullendo la película como en otras oportunidades. Su protagonismo está balanceado con papeles secundarios que resultan vitales, como el abolicionista radical que interpreta con maestría Tommy Lee Jones. En las palabras de este personaje, y en su contrapunto con Lincoln, descansa gran parte del corazón de la película.