Steven Spielberg cuenta una epopeya americana
El realizador estadounidense retrató en este film multinominado al Oscar los últimos meses de vida del legendario presidente de su país. Una película solemne pero directa en su discurso, que llega en un contexto político como el que viven los Estados Unidos.
Steven Spielberg ha transitado a través de su cine la historia de los Estados Unidos en contadas ocasiones. Una de ellas fue con Amistad, un película menor. La otra fue cuando filmó ese buen trabajo sobre la cuestión negra, El color púrpura, que a mediados de la década del ´80 le valió tantas nominaciones al premio Oscar como frustraciones, en una noche que no le deparó ni una sola de las once estatuillas a las que aspiraba. Pues bien, este año, según parece, la Academia ajusticiará la obra del Spielberg historiador, gracias al film del más célebre de los presidentes estadounidenses.
Daniel Day Lewis, en una actuación soberbia
Lincoln cuenta la historia de los últimos cuatro meses en la vida de uno de los mandatarios más icónicos del gran país del norte,. en lo que se ubica como un relato con dosis de thriller en torno a la guerra civil y la lucha personal de don Abraham por terminar con la esclavitud en todo el territorio.
La impotencia por no poder concretar lo que dictaminó sin mayores posibilidades fácticas de llevarlo a cabo es la gran línea que atraviesa al film, al argumento de una biopic que no busca ir más allá de lo puntual, lo cual hace que el relato gane en dinamismo, más allá de tratarse de una narración por momentos cargada en densidad discursiva y a la que le falta mucha de la pericia que Spielberg demostró a lo largo de cuarenta años de trayectoria.
Podría decirse que el director de Tiburón e Indiana Jones se puso demasiado solemne, que volvió a optar (como en Amistad) por el diálogo y la descripción obvia por sobre la imagen, que necesitó poner a lo textual oral como mandamás de una historia que se escribió con sangre pero también con textos constitucionales, juristas, legisladores. La espada, la pluma y la palabra.
Lincoln, más allá del trabajo de un realizador serio, formal y cortés, es más que ninguna otra cosa una nueva oportunidad para encontrarnos con una formidable interpretación de Daniel Day Lewis, quizá el gran actor que han parido los Estados Unidos en los últimos treinta años. Otra labor soberbia, con la caracterización del que elige actuar en lugar de imitar.
No está ni de lejos entre los trabajos más destacados del padre de E.T. pero sí tiene los ingredientes clave para ubicarse como un film necesario en un contexto político confuso como el que atraviesa el país más poderoso del mundo, con una población dividida entre quienes adhieren a la Casa Blanca y quienes la miran como si se tratara de un nuevo eje del comunismo internacional.
Lincoln, siendo un largometraje correcto promedio en su factura y herramientas cinematográficas, no deja de ser una buena oportunidad de poner blanco sobre negro en cuanto a cuestiones históricas que no parecen del todo resueltas. Ahí es donde vale.