Aunque interesante, un “Lincoln” casi teatral
Los temas importantes no necesariamente vuelven importante a una pelicula. La vida de Lincoln no sólo es importante, también es realmente interesante y podría ser apasionante si Spielberg no estuviera tan abocado a dejar de lado todos los recursos cinematográficos que son su fuerte para concentrarse básicamente en diálogos y actuaciones.
La película transcurre a fines de la Guerra de Secesión, cuando el presidente Abraham Lincoln se debate entre parar la sangrienta masacre que ensombrece su país, y poder pasar al Congreso la enmienda número 13 de la Constitución que terminará con la esclavitud.
Asi planteada, la última película de Spielberg es fascinante, y el comienzo, con una violenta batalla y Lincoln (un brillante Daniel Day-Lewis) hablando de igual a igual con dos soldados negros y dos blancos por separado, realmente promete.
Vuelto del campo de batalla a la Casa Blanca, Lincoln discute con su gabinete, reacio a pensar que la enmienda pueda pasar por el Congreso. Pero Lincoln necesita los 20 votos que faltan y no piensa darse por vencido, por lo que insiste a los políticos de su partido para que consigan los dichosos votos a como dé lugar.
La ambientación está muy bien cuidada, por momentos demasiado, y en un punto del film, el espectador se dará cuenta de que está en medio de una pieza más teatral que cinematográfica con un montón de actores conocidos con vistosas barbas postizas que no lucen especialmente naturales. Para colmo, los eventos que se describen son conocidos por todo aquel que tenga algún interés por la historia estadounidense, por lo que se sabe bien lo que va a suceder. Por eso, los momentos más interesantes del film son detalles pintorescos de los manejos políticos para conseguir los votos, o las chicanas de la oposición, y sobre todo, algunas anecdóticas escenas que describen al personaje protagónico en sí mismo (especialmente cuando con tono ceremonioso empieza a contar historias que enervan a alguno de sus ministros, dada la tensión de los momentos que se viven) o algunos detalles de su vida personal. En este sentido, en la mejor escena de "Lincoln" no está el Presidente sino su hijo Robert (un sólido Joseph Gordon-Levitt) enfrentado al horror de las mutilaciones en un hospital. Justamente es una escena con más acción y fuerza de las imágenes que de las palabras, algo que falta en una película estática y discursiva.
Hay actuaciones excelentes incluyendo una breve de Hal Holbrook y un inesperado Tommy Lee Jones, pero también hay algunas que se le van de las manos al director, especialmente la Primera Dama, una Sally Field permanentemente al borde de la sobreactuación, y que por otra parte luce mucho mayor que su esposo.
Si bien el personaje estaba en otro contexto, el Henry Fonda de "El joven Lincoln" de John Ford tenía una profundidad que aquí se ve poco, ya que más allá de su talento, que prácticamente sostiene el film, la caracterización de Day-Lewis no deja de ser un tanto estereotipada, aunque por suerte algunos apuntes humorísticos intentan quitarle al film su seriedad extrema.
Con todos estos reparos, "Lincoln" es un film para ver, no tanto por su realización, sino porque finalmente el tema es importante y nunca debería dejar de interesar.