A Spielberg la trascendencia le sienta bien
Durante toda su vida adulta Steven Spielberg buscó con ahínco el reconocimiento de la industria, de la crítica y, porqué no, también del público que lo había etiquetado, algo apresuradamente, como un notable narrador de películas de alto perfil comercial pero incapaz de trascender esa barrera. Más de un colega se hubiese aferrado alegremente al sayo de Rey de Midas de Hollywood. No así Spielberg que en su carrera nunca pecó de conformista. Quizás no siempre le han salido bien pero sus obras denotan una búsqueda (temática, estilística) que con el transcurrir de los años se ha intensificado y perfeccionado hasta alcanzar la madurez con Lincoln, su primera obra maestra desde La Lista de Schindler (1993). Claro que el camino que ha desembocado en este espléndido presente tuvo desvíos, bifurcaciones, avances y retrocesos varios. Algo lógico si analizamos su filmografía en la que ha alternado proyectos personales (Amistad, Rescatando al Soldado Ryan, Munich) con otros inobjetablemente orientados al éxito de taquilla (El Mundo Perdido: Jurassic Park, Guerra de los Mundos, Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal). Allá a lo lejos queda el infausto recuerdo de las 11 nominaciones al Oscar de El Color Púrpura, el melodrama con el que el realizador de Tiburón se calzó los pantalones largos en 1985, y que pasara a la historia no sólo por perder en cada una de ellas (África mía resultó la gran ganadora de la noche) sino por el desaire que representó excluir a Spielberg de la terna correspondiente a Mejor Director. Le costó recuperarse de esa humillación pero eso no impidió que el hombre continuara abriéndose paso en la Meca del cine a fuerza de convicción en sus ideales. Y así nos entregó la bella y despareja El Imperio del Sol (1987), que ahonda en temas que Steven volvería a desarrollar en trabajos posteriores. La Academia, no obstante, lo ignoró una vez más. Recién con La Lista de Schindler, en la entrega de 1994, se haría justicia en Hollywood. Y en 1999 repetiría con Rescatando al Soldado Ryan, drama bélico de gran vigor y también con varias fallas atribuibles a un espíritu en ocasiones excesivamente sentimental. Lincoln, biografía parcial del 16º presidente de los Estados Unidos con el que Spielberg ha manifestado estar obsesionado desde los seis años de edad, es la película con mayor cantidad de nominaciones en este 2013: 12 en total, incluyendo los rubros principales. Con dos Oscar en su haber S.S. puede olvidarse de sufrir esa ansiedad desesperante por ganar. Más allá de lo que suceda en la ceremonia del próximo 24 de febrero, creo que merece llevarse a casa un tercer Oscar.
Lincoln es maravillosa porque Spielberg además de su talento como cineasta ha sabido brindar una visión ecuánime sobre el personaje sin ensalzarlo por sus logros ni destruirlo por sus errores. Y por cierto que no es una versión lavada del primer mandatario ya que ambas facetas están a la vista en el extraordinario guión de Tony Kushner. La trama disecciona un momento crucial en la historia estadounidense: la aprobación de la 13ª Enmienda a la Constitución que abolió para siempre la esclavitud y dio por terminada la cruenta Guerra de Secesión que enfrentó a la Unión con los Confederados entre 1861 y 1865. Kushner se basó parcialmente en el libro de Doris Kearns Goodwin “Team of Rivals: The Political Genius of Abraham Lincoln” y estuvo once años escribiendo, resumiendo y puliendo un guión original que contaba con 500 páginas. De haberse rodado tal como fue concebido estaríamos hablando no de un largometraje sino de cuatro. En la versión primigenia Kushner tomaba los últimos cuatro meses de la vida del presidente. Correcciones mediante quedarían sólo dos, aunque en rigor casi toda la acción transcurre en apenas un mes: enero de 1865. El primer acierto de Lincoln es lo bien que administra una enorme cantidad de hechos verídicos al espectador que asimila la información correctamente aún sin estar empapado en el tema. Que los sucesos sean de corte netamente político y sin embargo conserven la claridad expositiva, el nervio dramático y hasta una dimensión emocional en las instancias claves del relato es el gran triunfo de Spielberg. El rasgo que sobresale en Lincoln es la decisión de estructurar el filme como un thriller político antes que como una biopic tradicional.
Abraham Lincoln (1809-1865) fue una figura esencial para la consolidación de los derechos civiles en su país pero para hacerlo debió implementar una compleja estrategia política que le posibilitara negociar el fin de la guerra mientras sus colaboradores conseguían la cantidad de votos necesaria para sacar adelante la 13ª Enmienda. Era de una importancia vital que la misma se aprobara antes de decretarse el cese definitivo de las hostilidades entre el Norte y el Sur. En una carrera contrarreloj un Lincoln generalmente reflexivo y más bien lento para tomar decisiones apela a todas las triquiñuelas que le posibilita su cargo y va por el objetivo sin que le tiemble el pulso. El fin revestía de una trascendencia tan grande que los medios quedaban en segundo plano. La ética quedaría para otra oportunidad. Junto al presidente (interpretado sabiamente por el genial e inigualable Daniel Day Lewis) se alistan varios políticos abolicionistas que en otras épocas le han antagonizado debido a diferencias ideológicas. Aquellos que animaron titánicas batallas de escritorio con Lincoln esta vez compartían una idéntica postura. Son muchos los que trabajan a favor de la 13ª Enmienda pero el que más se destaca por peso propio es el republicano radical Taddheus Stevens, miembro de gran influencia en la Cámara de Representantes que abraza la causa con una pasión llamativa. Si alguien piensa que detrás de ese ardor civil hay gato escondido quizás no esté tan desacertado. Como Stevens aparece en todo su esplendor el recio Tommy Lee Jones en un papel a su medida que posiblemente sea recompensado con un Oscar. Del extensísimo reparto también merecen mención Sally Field (en el rol de la atormentada esposa de Lincoln), David Strathairn (el Secretario de Estado William Seward), James Spader (un vulgar y encantador lobbysta), el nonagenario Hal Holbrook (el líder del Partido Republicano Francis Preston Blair) y una breve participación del inglés Jared Harris como el General de la Unión Ulysses S. Grant que algunos años después sería elegido presidente de los Estados Unidos.
¿Cómo hacer atractiva una historia cuya resolución todo el mundo conoce sin adornarla con escenas épicas o giros novelescos? Sólo el maestro Spielberg puede responder el interrogante y como es dudoso que esté dispuesto a revelar los secretos de su magia lo mejor es sentarse en la butaca y disfrutar de la inteligencia de una película que conmueve, deslumbra y sorprende por su alto nivel narrativo.