Nuevas maneras de visibilizar
La línea 137 es la vía telefónica oficial para contactarse con la oficina de violencia familiar, programa de dependencia estatal que se encarga de acompañar y apoyar a las víctimas de violencia doméstica acudiendo a los domicilios. Funciona en sólo cinco ciudades del país por los altos costos y la falta de recursos y voluntad política. La diferencia con la línea 144 es que ésta última atiende llamados telefónicos, mientras que la 137 traslada al domicilio equipos de asistencia que acompañan a las víctimas en todo el proceso de denuncia, ya sea civil o penal.
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El documental dirigido por Lucía Vassallo (La cárcel del fin del mundo), que parte de un guión e investigación de Marta Dillon (reconocida periodista y activista feminista), recorre de una manera más fragmentada que lineal una variada pluralidad de casos de violencia de género doméstica, que se inician con llamados desesperados a la línea 137.
La cineasta elabora una mirada aguda centralizada en la gravedad de las situaciones que atraviesan a diario las/os operadoras/es, asistentes, trabajadoras/es sociales y psicólogas/os vinculados a la línea de asistencia. Expone una realidad urgente y actual (recrudecida hoy por el contexto pandémico de encierro doméstico obligatorio) que da cuenta de las fuertes deficiencias e irregularidades ante la gran cantidad de casos de violencia y la constante falta de respuestas e intervenciones por parte del Estado, y del sistema judicial y burocrático, tanto provincial como federal. El documental se plantea desentrañar los conflictos personales de las víctimas, a través de la perspectiva de los/as asistentes de la línea 137, exponiendo y evidenciando muchos estereotipos, inclusive en las propias declaraciones de las afectadas: algunos ligados al falso ideal tóxico del amor romántico, y otros simplemente al eterno miedo impuesto y constituido como norma en las estructuras patriarcales predominantes.
En la película se despliega, entonces, una focalización predominante en la perspectiva de los/as asistentes y trabajadores sociales. Se trata de una focalización interna variable (en más de un personaje), íntima, del ritmo cotidiano de sus vidas, que se torna desgastante y abrumador debido a los desgarradores relatos que afrontan a diario. La energía de este ritmo de vida nace, y sostiene la esperanza, gracias a la poderosa voluntad de ayudar a la víctima. El punto de vista que se establece en los/as protagonistas es desmesuradamente invasivo y privativo porque el documental procura transmitir la urgencia y visceralidad de su mensaje, de la temática beligerante que está abordando: algo urgente de ser visibilizado. Por más que suene a imágenes repetidas, en virtud de los avances que ha tenido en los últimos años la movilización feminista, resulta imprescindible que el mensaje sea excesivamente contundente.
En esta transposición del punto de vista hacia las operadoras y trabajadoras sociales de la línea de apoyo, se vislumbra uno de los posibles propósitos de las realizadoras: despersonalizar en cierta forma a las víctimas de los casos trabajados, para humanizar y reflejar el vínculo real entre ellas y los/as trabajadores/as de la línea 137 (que suele ser omitido en los demás medios). Lo cierto es que la postura se sostiene, y la desazón se transmite de igual manera; lo que se distorsiona y modifica es la perspectiva, y por lo tanto el clima, los desequilibrios, las fluctuaciones: no se trata de un documental con ritmo televisivo donde las personas implicadas declaran directamente lo acontecido. Lo que se evidencia, en cambio, es dicha humanización en el vínculo afectivo entre los/as trabajadores y la víctima en cuestión: los cruentos relatos de las violentadas pierden ese sensacionalismo apabullante y aparatoso del que se nutre el medio televisivo (aunque muchas veces necesario para mostrar este tipo de situaciones), para correrse hacia el lado humano del/la que escucha, del/la que atiende, que luego ofrece soluciones. No se revictimiza a las mujeres damnificadas, sino que va al meollo del asunto. Ahí yace el compromiso político del documental, ubicado del otro lado, resignificando esos relatos y haciendo uso de más de un silencio aletargado, propio de quien escucha para luego realizar una devolución cooperativa para con las víctimas. Reconocemos, como espectadores, otra manera de empatizar con ellas, sin ver sus rostros pero oyendo sus voces y atendiendo a la mirada atenta, apoderada y sensible de las trabajadoras de la línea de asistencia.
Otra estrategia de estilo que efectúa el audiovisual, es la de generar una creciente sensación de confusión general, de sobreinformación y saturación expositiva de diferentes casos de violencia, para así evidenciar la dimensión extrema y alarmante de la realidad que se está exponiendo. Lo hiperbólico de la cantidad no suena, en este caso, exacerbado: los datos son reales, la estrategia estilística del documental sentencia una verdad a través de estos matices de ritmo vertiginoso. En menos de quince minutos, la película abre el juego a tres casos distintos, con historias personales y profundas del mismo nivel de complejidad; dando cuenta del nivel de alarma que se vive permanentemente, a cada día, a cada hora. El documental lo expone esclareciendo y generando confusión a la vez, de manera deliberada, desde su forma.
En síntesis, estamos ante un suceso audiovisual que ratifica que el cine (en formato documental en este caso) funciona como vía de información y medio de comunicación y visibilización. A la vez, representa un modo de transmitir conocimiento. En este caso, se trata de una irrevocable realidad actual de alerta permanente, enfocado en la violencia que asalta día a día a miles de mujeres y disidencias de género en el país, a través de relatos conmocionantes.
Por último, hay que rescatar un aspecto narrativo-estético no menor: en la película también hay risas. Hacia el final, hay risas que sobreviven y que permanecen, entre los/as compañeros/as de la línea 137, e incluso entre las víctimas cuando sostienen conversaciones con ellos/as. No se trata de risas de indiferencia, sino risas cargadas de esperanza y sentimiento, que resisten al pesar inexorable, y se retroalimentan entre sí, porque al final también se trata de eso. Son risas que no dejan solas a las víctimas ni a los/as trabajadores que prestan su auxilio. Son risas que apuntan a un optimismo común, porque prometen renacer. Risas de unión y de compasión, de fervor y fecundidad de nuevas esperanzas. Risas que se dirigen a un futuro incierto pero posible, donde al final se gana la batalla. Porque, a través de la risa, también se batalla (y se gana) contra la violencia impúdicamente instituida.
Línea 137 estrena este jueves 16 de abril en la web Cine.Ar y en Cine.Ar TV.