No son muchos. En verdad que no. Hay solamente 240 profesionales que, distribuidos apenas en cinco ciudades de todo el país, atienden a las víctimas de agresión y violencia familiar mediante la línea telefónica 137. Reciben las llamadas y van a los lugares del riesgo.
Cada 30 hora se produce un femicidio, y el accionar de los trabajadores de la Línea 137 se vuelve tan necesario como peligroso.
La película va y viene con cada caso. Y los relatos y las situaciones son desgarradores. Adultos que encubren a abusadores de menores, por miedo o para que un familiar no termine en la cárcel. Gente que no acepta el botón de pánico, más por pánico a la reacción del hombre agresor que vive con ellos. Madres que quieren sacar a sus hijos de la vivienda tomada en la que viven con el padre golpeador.
El filme muestra cómo se habla, se llega al lugar y se intenta resolver cada caso de la mejor manera posible, llamando a las fuerzas de seguridad llegada la necesidad.
No es una película testimonial en el sentido de que no hay entrevistados. No hay hombres y mujeres hablando a cámara, sino que ésta se entromete en su vida, en su trabajo social.
No son solamente violencia de género, aunque sean la mayoría. Así como hay abuelos que abusan de sus nietas, hay también abuelos que se sienten maltratados por sus hijos.
Es un filme que duele ver, pero que es ineludible para develar, si hiciera falta, la despreciable violencia que sufren mujeres y niños en nuestro país.