Cuatro amigos se juntan para ver la final del mundial, el partido de Argentina contra Alemania. Una picada, algo de vino y fernet y una mesa puesta para alentar al equipo frente al televisor. Afuera, la ciudad está vacía. Dividida según el partido que todos sabemos cómo termina, en primer tiempo, intervalo y segundo tiempo, la película transcurre entera en ese único ambiente, casi en el sofá en que los amigos de toda la vida putean a los jugadores y van perdiendo paulatinamente interés para meterse en sus propios asuntos. El clima de camaradería inicial se irá desdibujando a medida que aparezcan viejos rencores y envidias y se cuele un asunto trágico que los tocó a todos. Línea de cuatro parte de una buena idea y remite a cierto cine francés e italiano pariente del teatro, con actores hablando, comiéndose y peleándose en una casa. La falta de pretensión que transmite es también una virtud. El problema es que no es tan interesante lo que dicen y hacen estos cuatro chicos como para seguirlos en acciones tan repetitivas -reacciones al fútbol- intercaladas con diálogos que suenan bastante forzados, como si cada uno esperara su turno para soltar cosas que darán pie a otras, mientras el ritmo brilla por su ausencia. De todas formas, y sobre todo gracias a su última parte, deja la sensación de que hay aquí un grupo de realizadores con ideas y ganas de llevarlas a cabo.