Muerto al llegar
En el momento en que la industria cinematográfica empieza a rascar el fondo de ese tarro siniestro que satura la pantalla grande con reboots, remakes, secuelas y precuelas, ahí es cuando deberían sonar las alarmas. Así como cuando se nos está por quedar sin crédito el celular recibimos un mensaje, los grandes estudios deberían tener algún protoclo que les advierta cuando están por sobrepasar el límite aceptable de re-versiones. En un mundo idílico en el cual un sistema así funcionara, no tendríamos que lidiar con producciones como Línea Mortal: Al Límite (Flatliners, 2017).
Si les parece que esta introducción es demasiado dura, lo es, tiene que serlo. Hay cosas peores que las malas películas y esas son las películas intrascendentes, films que no nos dejan nada, ni para bien ni para mal. Allá por el año 1990, un todavía prometedor Joel Schumacher nos traía la historia de un grupo de estudiantes de medicina que morían solo para ser resucitados por sus colegas minutos después y comprobar si efectivamente hay algo después de la muerte. Por supuesto, la experiencia dejaba algunos efectos secundarios que se vuelven el quid de la cuestión. Una película recordada por la generación VHS gracias a una historia relativamente entretenida -sin demasiada ambición- y un reparto conformado por las entonces estrellas jóvenes de la industria como Julia Roberts, Kieffer Sutherland, William Baldwin y Kevin Bacon.
En esta ocasión, el danés Niels Arden Oplev -responsable de Los Hombres que No Amaban a las Mujeres (Män som hatar kvinnor, 2009), la primera película de la saga original de Millennium– se pone detrás de cámara para actualizar sin mucha vuelta de tuerca la historia; el ámbito facultativo es el mismo, el rango etario de los personajes también y los problemas son los mismos, pero todo con mucha menos profundidad y en piloto automático.
La cuestión fundamental que pone en movimiento la trama queda olvidada inciado el segundo acto, y los famosos “efectos secundarios” que sufren aquellos muertos y resucitados parecen una recopilación de sustos fáciles. De un momento a otro lo que pretende ser un film que explora la vida después de la muerte y el enigma del más allá se convierte en uno de terror adolescente.
El elenco tampoco ayuda. Ellen Page –La Joven Vida de Juno (Juno, 2007)- y Diego Luna –Rogue One: Una Historia de Star Wars (Rogue One: A Star Wars Story, 2016)- son los rostros conocidos; hacen lo que pueden con el material a disposición y el resto del elenco -Nina Dobrev, James Norton y Kiersey Clemons- es de lo más intercambiable que puedan imaginarse. Como espectadores nos importa poco lo que pueda pasarle a estos personajes chatos y sin vuelo. Para sumar un poco de confusión a todo esto, Kieffer Sutherland tiene una breve participación (no estamos seguros si es técnicamente un cameo) interpretando a un personaje distinto al encarnado en la versión noventera… ¿Entonces todo sucede en dos realidades distintas? ¿O hay dos personajes físicamente idénticos pero no son la misma persona? ¿Comparten universo? El verosímil metafísico de este guiño fallido podría ser lo más interesante de todo el film en cuanto a análisis.
Sin nada nuevo que contar y con poca inventiva para contarlo, problablemente lo mejor hubiese sido que Schumacher firmara la orden de no reanimar allá por 1990.