Un historietista que no quiere ser filmado
“Creo que empieza a tener confianza en mi película”, dice la voz en off allá por la media hora de proyección, que en total dura hora y cuarto. La voz es de la realizadora, Franca González, y el que recién en ese momento empieza a confiar no es otro que el protagonista de la película, Ricardo Liniers. Liniers, para llamarlo por su nombre artístico. El historietista, autor de Macanudo, de Bonjuour, de Conejo, de Olga, de Enriqueta, de Fellini, de Cosas que te pasan si estás vivo, de buena cantidad de libros y de tiras en La Nación y el suplemento NO de Página/12. Recién en ese momento, a la media hora de película, Liniers acepta que Franca González lo filme. Filmación de cómo convencer a Liniers de ser filmado, work in progress de sí misma, Liniers, el trazo simple de las cosas se suma así al linaje –reducido pero fascinante– de documentales sobre personajes reacios a las cámaras ajenas. Linaje que cuenta entre sus máximos exponentes a Dirigido por John Ford (P. Bogdanovich, 1971) y Marlene (Maximilian Schell, 1983), donde ambos protagonistas intentaban dirigir a sus directores.
No es el caso de Liniers, que no quiere dirigir a nadie, pero pone objeciones a que alguien –Franca González, por caso– dirija una película sobre él. El precioso afiche narra esa resistencia en forma de historieta, reconociendo que si algún eje tiene la película, es ése. “¿Un documental sobre mí?”, pregunta en el afiche Conejo, alter ego del autor, sobre fondo verde agua. “¿Te parece? ¿No conocés a alguien más interesante?” Claro que, en otro cuadrito, Conejo/Liniers reconoce que no le gusta nada eso de que una cámara se meta en su vida privada. De allí que durante un buen tramo, Liniers, el trazo simple de las cosas se reduzca a filmaciones en lugares públicos. Liniers y otros colegas pintando un mural, Liniers dibujando en vivo en un show de Kevin Johansen, Liniers presentando libro nuevo en una librería, Liniers firmando un autógrafo en un colectivo.
Lo otro que González está “autorizada” a filmar son trabajos del autor (incluyendo perladas animaciones a cargo de Pablo Goitisolo) o al autor hablando sobre sus trabajos. Su ética y estética: aunque por suerte no se usen palabras tan griegas, una de las cosas más valiosas que González atina a documentar es el pensamiento vivo de un artista responsable. Liniers reflexiona (piensa en voz alta, más bien; no hay en él la menor pose de “artista”) sobre su relación con el humor, su rechazo por la mecánica demasiado pautada del chiste, el surgimiento de sus personajes, su necesidad de sorprenderse a sí mismo en cada tira, la relación no servil con el público: al no apelar al clásico esquema presentación-nudo-remate, a veces hay quienes se quedan afuera. Un “mala suerte” más resignado que altivo parece ser el credo del autor en esos casos.
Ablandado, a la larga Liniers se deja ver como Ricardo Liniers, joven cuarentón de gorro de lana, jeans y camperón, y termina mostrando a cámara sus cuadernos de bocetos y hasta las cartas en forma de viñeta que manda a sus amigos. De ahí a hablar con franqueza sobre su condición de padre primerizo, sobre sus gustos personales (Chaplin, Simpson, Thelonious Monk) y hasta levantar la copa de vino, brindando por el éxito de la película, no hay más que un paso. Tarea cumplida: Liniers ha sido filmado.