No es de extrañar, al ser el cine mainstream de animación una máquina de generar billetes, que surjan curiosidades en la grilla de estrenos vernáculos. Por un lado porque ni Disney tiene la capacidad para hacer una de estas para abrir, en nuestro caso, cada jueves, y por otro porque también en la diversidad está el gusto, ¿no? O debería estarlo.
La semana pasada se estrenó un aburrido producto ucraniano sobre princesas y guerreros, y esta semana nos toca ver algo de Brasil en tono de comedia. Ambas adolecen del mismo problema: pretender ser lo que no son. Ya en la confección del afiche de “Lino: una aventura de siete vidas” se adivina el tipo de público al cual se apunta: padres y madres que ya llevaron a los chicos a ver todas las del año y que no tienen otra idea para sacarlos a pasear.
Viniendo del país pentacampeón del mundo en fútbol uno no puede pretender la maestría de Anélio Lattini Filho, Cao Hamburger o de Eliana Fonseca, destacados directores de animación de allí, con varios premios bajo el brazo, pero al menos algo que mínimamente tenga un equilibrio entre sus intenciones comerciales y su factura artística.
Lino (voz de Selton Mello) es un tipo con mucha mala suerte. De todo le pasa a éste pobre tipo que dentro de su rutina cansina y desganada está su oficio de animador de fiestas de cumpleaños disfrazado de un gato. Los chicos le hacen la vida imposible. Le pegan, gritan, asustan, zamarrean, tironean, le pegan patadas, lo estresan a un nivel insoportable, etc, etc. Un planteo inicial interesante que podría ser efectivo si se profundizara, pero lentamente esta idea se irá convirtiendo en otra cosa, y si bien aporta a la justificación de las acciones posteriores, lejos está de querer decir algo respecto de temáticas como la depresión o el bullying.
Lino decide acudir a alguien que lo ayude pero elige, coherentemente con el tipo de suerte que tiene en la vida: mal y aunque la única lógica para seguir adelante con este mago trucho sea la de ser un “oráculo” barato, comienza a sobrevolar en el espectador la sensación de estar “tirado de los pelos”. No sólo esa situación, sin otras del mismo tenor, aunque hacia el final (por insistencia forzada de la propuesta) uno pueda pensar que el guión levanta la vara y la moraleja aparezca. Es que casi todo será así en este estreno. “Lino: una aventura de siete vidas” respira pretenciosidad por todos sus poros porque sencillamente carece de personalidad propia en su concepción artística (aunque la gestualidad y movimientos de los personajes están bastante logrados), y el guión no ofrece un mínimo de rebeldía frente a esa circunstancia.
Es probable que la película encuentre su público entre los más chicos, aquellos entre 5 y 9 años que todavía no han visto todas las grandes producciones y por lo tanto tendrán un lugar para reírse en el cine. A lo mejor es lo que pretenden los productores precisamente, pero eso no significa que queden todos contentos.