La realizadora austríaca Jessica Hausner plantea una gélida ciencia ficción, donde casi todo se desarrolla en un mundo medido y de gestos rituales y respetuosos, en tonalidades pastel, un ambiente pulcro donde parece que nada malo puede suceder. Y esa realización inquieta más cuando irrumpen las consecuencias de una aparente creación genética. Una manipulación que ha logrado una flor capaz de hacer feliz a la gente, que tiene en su aroma “esa hormona definida como olor a madre, que establece el fuerte vínculo de la mujer con su hijo recién nacido.” Algo tan inquietante que ese perfume hace recordar el argumento de la mítica “Invasión of the body snatchers” porque transforma a quienes aspiran lo que ofrece la flor en zombies agradables pero… monstruosos al fin. Y también permite otra lectura de una investigadora tan adicta al trabajo que descuida a su hijo, o la invasión aceptada y consumida de una verdadera marea de medicamentos antidepresivos para adormecer a los humanos y que nunca salgan de su zona de confort. Un film en apariencia demasiado prolijo que oculta lo siniestro con inteligencia.