Curioso por donde se la mire, el primer film en inglés de la directora austríaca de notables títulos como «Lourdes» o «Amour Four» juega con entre el suspenso y el drama psicológico.
Película curiosa por donde se la mire, LITTLE JOE, el primer film en inglés de la directora austríaca de notables títulos como LOURDES o AMOUR FOU juega con el suspenso y el misterio cuando en realidad se trata más que nada de un drama psicológico. De hecho, mirada desde un cierto ángulo un poco cínico, podría hasta pensarse en que en realidad es una comedia. Es que el tono frontal que maneja, el tipo de actuaciones tiesas y de lenguaje formal descolocan rápidamente al espectador que espera el prometido thriller sobre plantas asesinas. Es otra cosa y hay que acomodarse de entrada.
Lo que también queda en evidencia es que una película austríaca de punta a punta. Por más que se hable en inglés y la acción transcurra en Inglaterra, la sequedad de los actores y la incomodidad que genera la propuesta remite al de cierto cine de autor de ese país, como también a algunas cosas de Yorgos Lanthimos y el nuevo cine griego. Pero pese a esas posibles referencias formales (otros han visto cosas de David Lynch, Stanley Kubrick o David Cronenberg, pero para mí son más lejanas), LITTLE JOE me hizo recordar temáticamente mucho a SAFE, de Todd Haynes, que también apostaba por un tono distante y clínico para contar la historia de lo que puede ser (o no) una enfermedad contagiosa generada por una planta mutante. O algo así.
Lo bizarro de la propuesta está explicado de entrada. Un grupo de especialistas que trabaja en Planthouse Biotechnologies desarrolla una planta modificada genéticamente cuyo objetivo es darle felicidad a la gente. Trabajan para que las personas compren una plantita roja que, si se le habla y se la riega y se la quiere, hará que su dueño sea más feliz por el aroma que desprenderá. El planteo –y las fallas iniciales posibles del plan– hacen imaginar que esto irá yendo hacia el terror, que pronto las plantas se cobrarán las vidas de todos los que las riegan, pero no es así. O al menos no lo es de la forma imaginada.
Uno podría pensar también en la planta en cuestión, la «Little Joe» del título, como pura metáfora acerca de las medicinas tipo Prozac, de los cambios que se producen en las personas que creemos conocer, de los miedos de la maternidad y la educación y, principalmente, el temor a la felicidad. Alicia (Emily Beecham) es la principal responsable de esta plantita curiosa y la madre de Joe, un preadolescente que está un poco fastidiado porque ella le dedica más tiempo al riego que a él. Joe le dice que quiere irse a vivir con su padre, quien reside en medio del campo, pero ella no quiere saber nada con la idea. O al menos no se anima a aceptar la posibilidad.
En la oficina también está Chris (Ben Whishaw), que trabaja para Alicia y está también enamorado de ella. Y allí hay otra serie de personajes peculiares, una de ellas una mujer que viene de atravesar una severa depresión y anda todo el día con un perro. El oler la planta, supuestamente, empieza a modificar los hábitos y el ánimo de los protagonistas. El primero en caer, de hecho, es el perro en cuestión, que para su dueña pasa de un día a otro a volverse irreconocible tras inhalar lo que larga la florcita. Pero luego todos empiezan, de una u otra manera, a cambiar. Menos Alicia, aparentemente, que empieza a sospechar que su invento quizás tenga consecuencias peligrosas.
Hausner utiliza un planteo narrativa propio de películas como LA INVASION DE LOS USURPADORES DE CUERPOS para jugar dentro del terreno del drama psicológico. ¿Joe cambia porque olió la plantita o porque se está volviendo adolescente y es lógico que cambie y que su madre «no lo reconozca», como ella misma le dice a su psicóloga? ¿Chris se ríe excesivamente e intenta besarla también por el perfume en cuestión o porque está enamorado de la chica? ¿Qué es lo que está sucediendo allí?
Durante buena parte del relato todo parece bastante simple y banal, tanto en lo narrativo como en lo metafórico, a punto que parece casi ridículo que Alicia no se de cuenta que lo que sucede alrededor suyo es absolutamente humano y normal. Pero en algún momento Hausner no solo empieza a sembrar dudas sobre la actividad de «Little Joe» sino a poner el ojo en la propia protagonista y sus problemas. Acaso el conflicto no sea que todos cambien sino que ella no pueda o no sepa cómo hacerlo.
LITTLE JOE se empieza a adentrar en un territorio más interesante acaso demasiado tarde. La impresión que queda es que la película empieza a girar sobre otras preguntas –el miedo a la felicidad, digamos– en un momento algo tardío del relato, cuando uno empieza a cansarse de esos dos conflictos que parecen evidentes en la vida de la mujer y de esa suerte de sistema de diálogos estilizados y repetitivos. No me queda muy claro todavía si eso alcanza a «salvar» a esa primera hora algo reiterativa de la película pero sí, es cierto, la convierte en otra cosa que seguramente irá creciendo con el tiempo. Es una rareza que amerita ser vista más de una vez.