Esta es una película de terror calculada para que los efectos más típicos del género no se hagan presentes. Tiene un diseño de imagen perfectamente dibujado, un tono realista que evita estridencias, un uso del color y de la luz preciosista, una banda sonora casi minimalista. “Stylish”, diría un estadounidense, y todo eso tiende al exhibicionismo, al “mirá mamá, filmo sin manos” de muchos directores que creen que el diseño está por encima del relato. Pero en este caso, ambas cosas se retroalimentan y generan un cuento extraño que parece la versión Kiarostami/Claire Denis/Lars Von Trier de La tiendita del horror: una planta creada genéticamente que expele oxitocina y crea una sensación similar a la felicidad es en realidad algo monstruoso. Pero le aseguramos: hay más que la anécdota y es de los films que nos deja pensando en él.