En lo que podría verse como un cruce entre La tiendita del horror y La invasión de los usurpadores de cuerpos, Little Joe: el negocio de la felicidad cuenta la historia de una empleada de una compañía de ingeniería biológica (Emily Beecham) que se dedica a “cosechar” plantas perfeccionadas genéticamente. Su nueva creación es una imponente flor violácea que, a cambio de unos delicados cuidados, proporciona a su dueño una sosegante, casi anestesiante, sensación de bienestar. Este proyecto ocupa todo el tiempo de la protagonista, hasta tal punto que acabará trastocando su relación con su hijo pequeño, Joe (Kit Connor).
Planteada como una meditación sobre la alienación moderna –y aportando una mirada crítica sobre los límites éticos de la manipulación genética–, Little Joe se aproxima a los códigos de la ciencia ficción para proponer una serie de interrogantes acerca de las pulsiones esenciales de la naturaleza humana: el instinto de supervivencia, el deseo de reproducción, el anhelo de una apacible y armónica vida en comunidad. ¿Qué nos dice sobre nuestro mundo una película en la que una flor despierta más emociones y cuidados que cualquiera de los personajes humanos? Hausner presenta este universo desalmado, de colores fríos, a través de una puesta en escena que, lógicamente, se decanta hacia un distanciamiento gélido, hacia las composiciones diáfanas en las que los (pocos) personajes de la función parecen esquivar el contacto físico, personal, emocional.
Sobre este inquietante escenario, la austríaca Hausner compone una celebración del potencial enigmático del cine fantástico a través de la exploración de las dialécticas de lo posible y lo extraordinario, lo lógico y lo irracional. Un verdadero tour de force de ambigüedad, Little Joe lleva al extremo la posible doble lectura de la trama: una que aceptaría las coordenadas fantásticas del relato y otra que apuntaría a la interpretación racional de los acontecimientos, invocando un supuesto trastorno mental de la protagonista (sus visitas a la consulta de una psicóloga reafirman esta posibilidad).
Estamos ante una nueva muestra del juego que llevaron hasta lo sublime films como Suspense, de Jack Clayton; o El protegido, de M. Night Shyamalan, entre tantos otros. Es a través de este mecanismo de dobles lecturas, de relatos paralelos, de imágenes polisémicas, que Little Joe enriquece su turbador retrato de una realidad vaciada de humanidad, un mundo en el que la felicidad deviene un mandamiento autoritario, un universo espeluznantemente parecido al nuestro.