La isla del recuerdo
Documentales sobre directores hay muchos, acerca de relaciones entre directores y actores fetiches también pero en contadas ocasiones aparecen propuestas que por un lado mezclan el respeto y admiración por los retratados, seguido del despojo de la idealización, y con una explícita mirada que busca extraer verdades o secretos desde la confesión en primera persona de las partes involucradas.
Lograr este cometido, sin artificios ni imposturas, hacerlo atractivo para construir con la materia prima de todo documental, tanto en lo visual como en lo no visual, no siempre supone una empresa exitosa básicamente porque quien toma las riendas no es otro que el objeto enunciativo o el enunciador.
Liv and Ingmar intenta reconstruir desde los recuerdos y anécdotas entre la actriz noruega Liv Ullman y el dramaturgo y director sueco Ingmar Bergman casi cinco décadas de una relación única e irrepetible, que tuvo todos los condimentos de una historia intensa de amor, soledad, despecho, admiración, trabajo y convivencia, que logró traspasar la brecha etaria desde el primer día cuando aquella prometedora actriz joven cautivó al director que casi la doblaba en edad convirtiéndose en muchas cosas a la vez: amante, musa, fetiche, esclava, depositaria de aquellas obsesiones y pasiones ligadas al cine (realizaron juntos 12 películas) y al arte como vehículo catártico para purgar los propios demonios internos.
Con un riguroso material de archivo que acumula fragmentos de aquellas películas en las que la actriz participó como por ejemplo:
Persona – 1966 -o Vergüenza -1968- por citar apenas dos, el documental de Dheeraj Akolkar. toma la voz de Liv Ullman en una extensa entrevista y encuentra en los fragmentos fílmicos el recurso discursivo adecuado para afianzar sus palabras, a veces elogiosas y otras sumamente lapidarias, que reconocen el talento de Bergman pero también su enorme vanidad y egoísmo a lo largo de las décadas de la relación que se viera interrumpida por decisiones mutuas y cambios de rumbos, que hicieron mucho más intensa la amistad desde la distancia de la solitaria isla de Fårö, refugio de los amantes y espacio de creación para el sueco, hasta el Hollywood que abriera las puertas a la actriz en su incursión por los Estados Unidos donde filmó un puñado de películas con éxito dispar que no lograron socavar su prestigio ni tampoco alejar los deseos permanentes del regreso a las fuentes en la que una doncella muy joven quedara obnubilada por la magia y el magnetismo de un rey déspota celoso de su castillo, preso de sus demonios y muy pero muy determinante a la hora de elegir qué aspecto de su turbulenta personalidad deseaba revelar en la intimidad, en el cine y cual se reservaba para estudiar minuciosamente desde su dolor.