Alguien me dice con razón que hay algo barthesiano en esto de llamar al amado/amada por el nombre propio. Un juego que es un regodeo: colocar el nombre de uno en el otro y viceversa, a sabiendas de que fundirse también es no nombrarlo. O como dice la canción: lo que se ama no se nombra.
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La zona de los créditos iniciales de esta bella película del italiano Luca Guadagnino es prometedora: una serie de fotografías de esculturas griegas y romanas amontonadas como hojas de escritorio: la perfección del cuerpo masculino representada por los dioses, el espinario, los aurigas, los apolos. La mayoría bronces que pertenecen al acervo de los museos italianos o que todavía se siguen hallando en el fondo del mar o de los lagos, a causa del expolio que los romanos hicieron a los griegos en los siglos del mundo clásico.
Nominada a mejor película para los Oscar, Call me by your name es la tercera de una trilogía sobre el deseo. Su historia transcurre en el norte de Italia. Las referencias al clasicismo son casi obligadas, pero también y aunque lejana en muchos puntos, no podemos dejar de pensar en Muerte en Venecia. Hay una languidez y una plasticidad en el joven Elio (Helios podría ser el sol) que hace recordar al inolvidable Tazio. Sin embargo, aquí no hay tanathos, sino una reluciente vitalidad enmarcada en el verano lombardo, en los duraznos brillando al sol, frutos del amor, del Eros. El guión es de un hedonista mayúsculo, gran frecuentador del paisaje y la cultura italianos, James Ivory.
Confieso que no conocía a Guadagnino, y después de ver Call me by your name me lancé a buscar las otras dos de la trilogia: Io sono l´amore del 2009 y The bigger splash de 2015, disponibles en internet. Cuando en Soy el amor, la más exacerbada, aparece un fragmento muy breve de Philadelphia (1993) de Jonathan Demme, escena en la que la música transforma la imagen hacia primer plano picado y se mueve por arriba del personaje ya plenamente consciente de su enfermedad mortal, en una envoltura visual, ahí parece estar el origen de esos planos de Guadagnino que en la película del 2009 son abundantes, más expresivos, y que en Call me by your name se regulan y se moderan, pero siguen convocando al lente bien pegado al cuerpo del actor. En todas la naturaleza cumple un rol de anagnórisis, de revelación.
Un cineasta de la sensorialidad que gana en situaciones palpables de esos ángulos de cámara: Elio se enamora perdidamente del alumno/tutorando de su padre, y Oliver, mayor que él, un norteamericano universitario que pasa una breve temporada con la familia se enamora de él. Corre 1983, y el amor gay es un problema, en las tres partes en que se desarrolla: la seducción, la plenitud y la despedida hay todo un arco de momentos brillantes donde no hay más especulación que el momento que se vive. Recomiendo prestar atención a la declaración de amor, una de las más imperceptibles de la historia del cine, donde prima, como en el título, el juego de palabras.
Además del lenguaje (interesante lo políglota del guión francés, inglés italiano y algo de aleman), hay otro guiños barthesianos, las referencias al corazón, al cuerpo, a la distancia. El diálogo con el padre, una belleza de palabras.
Verdadera promesa este chico Timothée Chalamet, también destacado en Lady Bird, que cuenta con una corporalidad y una presencia en pantalla que hace rato no se ve.
Se estrena en Buenos Aires el 22 de febrero. No la dejen pasar.