Nominado a cuatro premios Oscar (Película, Actor, Guión adaptado y Música), el nuevo film del director italiano de Melissa P., El amante (Io sono l'amore), A Bigger Splash y la inminente remake de Suspiria se acerca a un intenso amor gay con bellos y emotivos resultados.
Destinada casi con seguridad a convertirse en un clásico del cine queer, Llámame por tu nombre, la nueva película de Luca Guadagnino, se centra en la relación que se establece en una villa italiana de la zona de Liguria, durante un verano, entre Elio (Timothée Chalamet), un adolescente de 17 años, y Oliver, un estudiante norteamericano un poco mayor que él (dice tener 24, pero Armie Hammer parece mucho más y de hecho los tiene) que se instala por varias semanas en el caserón familiar para trabajar como “becario” del padre de Elio, un profesor especializado en cultura greco-romana.
Si bien transcurre en el norte de Italia en lugar del sur, donde sucedía su anterior A Bigger Splash, las similitudes de trama y de escenario son muchas. Aquí, como allí, la acción transcurre en una idílica casa campestre cuyos acomodados habitantes reciben la llegada de un visitante que trastoca todos los planes. Y también hay paseos en bicicleta, romances a las escondidas, piscinas y maravillosos escenarios naturales. También, claro, la por momentos ampulosa pero siempre muy voraz sensualidad de la cámara del realizador italiano, que no parece poder contener su impulso por filmar al ritmo intenso de sus protagonistas, solo que esta vez con la colaboración del director de fotografía de casi todo el cine de Apichatpong Weerasethakul, Sayombhu Mukdeeprom.
Pero hay también profundas diferencias. No sólo aquí la historia de amor es entre dos hombres sino que no además hay ni una trama policial de por medio. Pero la principal distancia es que allí todo era suspicacias, malos entendidos y fastidios en los protagonistas mientras que aquí parece vivirse en un plácido paraíso sobre la Tierra donde la tentación tiene la forma literal de un durazno maduro y nadie parece tener malas intenciones.
Durante la primera hora del film –que, como la novela en la que se basa, transcurre en 1983– asistimos al lento y un tanto temeroso acercamiento entre ambos. Elio es un joven brillante que habla perfecto francés, inglés y muy bien italiano, toca el piano y la guitarra, y tiene esos rostros que denotan inteligencia y picardía. Pero la figura de Oliver lo abruma. Se fascina con él y comienza a convertirse en su amigo, compinche y chaperón en paseos y aventuras. Es claro que el deseo está ahí, latente, pero por distintos motivos (Oliver, por estar invitado a trabajar en la casa de los padres de Elio, y él porque cree no estar a la altura de su objeto de deseo) no pasa de ahí. Además, Elio tiene una novia local (Marzia, encarnada por Esther Garrel, hija de Philippe y hermana de Louis) con la que tiene menos temores a la hora de avanzar sexualmente.
Pero promediando la película –basada en la novela homónima de André Aciman publicada de 2007– la tensión sexual será tan grande que el contacto se volverá inevitable, por lo que de ahí en adelante seremos testigos de esta historia pasional a escondidas (innecesarias, finalmente, porque da la impresión de que los padres lo saben y, liberales como son, no les molesta para nada) en la que de a poco se va perdiendo el miedo inicial para convertirse en un romance veraniego hecho y derecho. Y Guadagnino se dedica a describirlo, sensualmente pero de manera cuidada, casi como si estuviera filmando una performance de danza entre dos cuerpos inquietos que se rodean, bailan alrededor uno de otro y la pasan muy bien juntos.
Si hay dos cosas a destacar de la película en especial son, en principio, la interpretación de Chalamet, un chico de 21 años (que actuó en Homeland e Interestelar) que no solo habla varios idiomas y toca varios instrumentos sino que posee un carisma y una frescura de esas que se ven muy poco (digamos que es una versión mejorada de Louis Garrel), y que se convierte en el corazón palpitante de la película ante el un tanto más distante Hammer, que parece cincelado como las esculturas grecorromanas que estudia con el padre de Elio. La otra es la breve pero potente actuación de Michael Stuhlbarg como el profesor en cuestión, quien sobre el final, hablando con su hijo, tiene uno de los monólogos más hermosos y emotivos que se han escuchado en mucho tiempo y que no es para nada habitual en casos o situaciones como esta.
La película tiene como guionista al veterano James Ivory (de 89 años) y cuenta con dos canciones originales compuestas por Sufjan Stevens. Guadagnino –un cineasta admirado en los Estados Unidos y un tanto maltratado en Italia, acaso por su pasado como publicitario célebre– está ahora terminando de rodar una remake de Suspiria, de Darío Argento, película protagonizada por Tilda Swinton que seguramente dividirá opiniones entre esos mismos territorios. Si bien su siguiente film tiene, en principio, poco que ver con éste, es claro que el hombre tiene el talento, el control de sus materiales y la audacia como para lanzarse con todas las armas a su disposición a lo que venga. Aquí la cámara vibra y baila con los personajes, quienes por momentos parecen saltar a través de jardines y cuartos, y deleitarse escuchando a Franco Battiato o, en una muy curiosa escena de danza, a Psychedelic Furs. Es el verano del ‘83, uno que ambos recordarán toda su vida más allá que el tiempo los lleve por distintos caminos. O no.