Avanzando hacia la madurez
Existen multitud de temas que el cine ha tratado con el paso de los años. Como otras artes, es utilizado como instrumento de reflexión acerca de las ideas y preguntas que ocupan el alma humana. Uno de estos grandes sujetos es el paso a la vida adulta y como consecuencia el abandono del niño, en cuerpo y mente.
Llámame por tu nombre traza un nuevo retrato sobre esta difícil idea, añadiendo algunos ingredientes diferenciadores, pero sin olvidar su fondo en ningún momento. Éste puede ser abordado de múltiples maneras, y en este caso su director, Luca Guadagnino, lo cuenta a través de otro de los elementos que suelen ir asociados a esta iniciación en la madurez: el primer amor.
Imperfecta matrioshka
Es difícil definir esta recomendable obra de forma directa. El corazón, que es la maduración, se ve recubierto de múltiples capas en difícil equilibrio hasta llegar a la forma que Guadagnino le ha dado, con un ritmo pausado pero no lento, y una cámara que a veces se deja sentir rompiendo esta ilusión realista que pretende conformar.
Algunas decisiones dentro de esta forma pueden llegar a resultar incluso confusas o (deliberadamente) erróneas, como planos sin información y muchos momentos en los que el foco no está en las caras de los protagonistas, sino en lugares nada relevantes a nivel narrativo. Esta elección reiterada resulta molesta, y su mera repetición y exageración hacia el final es lo único que lleva a pensar en ella como una herramienta del director para un propósito enmascarado por la molestia visual que genera.
Bajo la forma encontramos la temática de la homosexualidad y la relación entre el protagonista adolescente y un joven adulto. Aunque menos usual en el cine convencional, no son elementos definitorios en el espíritu de la película, pues ni la edad ni el sexo del amante son elementos que generen una importante repercusión alrededor en la trama o las circunstancias de la misma. Esto aleja la película de una posible crítica social (camino que Guadagnino ha evitado conscientemente) y la acerca a la narración íntima de sus personajes.
La estructura, sin embargo, no deja de estar encerrada en los preceptos del melodrama más clásico, y ésta es una de las capas que subyace bajo otras más llamativas como las mencionadas anteriormente. Varios recursos y herramientas utilizados por el director son los mismos que hemos visto en incontables ocasiones en todas las historias de amor idealizado que nos ha traído Hollywood desde sus inicios.
En última instancia, se encuentra la historia fundamental, lo que realmente desea transmitir la película, y es ese paso al mundo adulto. Por esta razón es un relato desde el punto de vista de su protagonista, Elio, cercano a cumplir los 18, el cual es colocado en medio de un mundo de personas mayores frente a las cuales experimenta un distanciamiento notable.
El eslabón que viene a traerle a ese nuevo mundo es, precisamente, alguien colocado entre ambos universos. Otros elementos como la sexualidad y la pérdida de la virginidad, así como la simbología de las frutas que son arrancadas de distintos árboles a lo largo de la película vienen a reforzar esta idea de viaje, de cambio de estado, que experimentamos en primera persona a través del joven Elio.
Así se configura una obra que quiere presentarse en forma y temas superficiales como novedosa y apartada del producto mainstream, pero que en el fondo explora las mismas temáticas con herramientas similares a las que ya hemos visto incluso con mejor realización en otras ocasiones.