Luca Guadagnino logró con Llamame por tu nombre uno de los mejores aciertos de su carrera, seducir a Sony para que la coproduzca y empiecen a llover nominaciones para distintos premios (Oscars incluidos, desde ya). Lo curioso es que su premisa promete mucho más de lo que su desarrollo ofrece. El preciosismo con el que está rodada, adornada en un entorno bellísimo (¿qué rincón de Italia no lo es?) con tintes de bohemia y cultura proponen un presunto buen gusto propio de una clase intelectual anclada en los ochenta con muy poco que contar.
Timothée Chalamet protagoniza un film de espíritu hueco representado en tardes de verano compartidas con personajes anodinos que leen bajo la sombra de un árbol, tocan el piano, respiran música, se regodean en el arte, se refrescan en lagos hermosos y descubren su sexualidad sin mayores conflictos ni restricciones. Todo bajo un halo mortecino exento de interés para con el público, salvo la corrección técnica impecable e hipnótica con la que está filmada.
Pese a las buenas interpretaciones de sus actores (destacando el ya mencionado Chalamet), el guión no pasa de ser un retrato de gente aburrida carente de calidez y gracia que por momentos hasta parece inverosímil. Se trata de una historia sobre el primer amor y el despertar sexual de un adolescente sin demasiado tratamiento, enmarcado en las más hermosas postales italianas campestres.