Por obvio que pueda sonar, la originalidad no radica tanto en contar una historia que nunca se contó, sino en tomar lo que ya existe y buscarle una nueva vuelta. Llámame por tu Nombre no sólo lleva esto a cabo, sino que le encuentra una inusual universalidad.
Amor de Verano
Es 1983 y Elio pasa el verano con sus padres en el Norte de Italia. Un día, al llegar Oliver, un joven que se desempeña como asistente de su padre, se empieza a producir una lenta pero segura atracción entre ambos.
El guion de Llamame por tu Nombre es clásico, con un conflicto tan claro y definido como lo es el del romance, pero la diferencia recae en las sutilezas de las que se vale su guionista, James Ivory, para desarrollar a los personajes y arrojarle obstáculos que requieren de un ojo muy afilado de parte del espectador para reconocerlos. Estamos hablando de la utilización de sendas metáforas visuales, códigos internos y resignificación de los objetos.
Es necesario señalar que tiene una primera mitad a la que le cuesta arrancar, pero entrada la segunda es cuando los conflictos se empiezan a presentar uno detrás de otro con el modo en que los personajes niegan sus sentimientos. La negación para Elio tiene la forma de una aventura sexual con una vecina, en el caso de Oliver es la resistencia de sus propios impulsos.
Aquí la cuestión de la orientación sexual no es tanto un inconveniente externo para los personajes en cuanto a lo difícil que puede ser abrirse como tal ante el mundo (si lo es, es una presencia apenas advertida), sino que es fundamentalmente interno, de autoaceptación. De reconocer un amor cuando se lo ve.
Es precisamente en ese punto donde Llámame por tu Nombre atina con lo que se propone. Lo que se busca aquí es ilustrar un punto que trasciende cualquier orientación sexual: que esos amores (los cuales a lo mejor no duran más que una temporada) hacen su incursión simplemente para ilustrarnos cómo es tal sentimiento, para que lo reconozcamos más adelante cuando llegue ese alguien especial que sí se va a quedar. Y si no llega por lo menos podremos decir que lo hemos experimentado. Intenta expresar que no es una cuestión de buscar, sino de que te encuentre, y que cuando ocurra te permitas sentirlo lo que tenga que durar: sea la eternidad o apenas un momento.
En materia técnica, la dirección de Luca Guadagnino es de una precisa sencillez en la puesta en escena, la contemplación absoluta (casi teatral) de todas las acciones de los personajes es prioridad, optando no pocas veces por resolver escenas en un solo plano. Aunque debe destacarse que su propuesta lumínica le suma puntos a la hora de retratar los paisajes italianos, no lo ayuda mucho en las escenas nocturnas y/o oscuras.
En el apartado actoral tenemos actuaciones arriesgadas, comprometidas y frescas de parte de Timothee Chalamet y Armie Hammer. Michael Stuhlbarg, interpretando al padre de Elio, entrega una composición prolija que alcanza ribetes conmovedores en el último tramo de la película.
Conclusión
Aunque a su primera mitad le cueste arrancar, Llámame por tu Nombre llega a buen puerto gracias a una enorme sutileza a la hora de utilizar las herramientas de la narración, y a la cristalina claridad del tema que desea abarcar. Un amor de verano breve e intenso, visto y experimentado mil veces, pero ilustrado de forma diferente y con una fortaleza única para conmover.