Llaman a la puerta

Crítica de Daniel Núñez - A Sala Llena

EVANGELIZAR AL PRÓJIMO

En The Last Wave (Peter Weir, 1977) un abogado comenzaba a tener inexplicables sueños premonitorios a la vez que investigaba un caso de supuesto asesinato que involucraba a cinco aborígenes australianos. ¿Coincidencia? ¿causalidad? Sus sueños lo acercaban cada vez más a una verdad aterradora: el fin de todas las cosas tal como las conocemos por la llegada de un cataclismo.

A pesar de que podemos ver cada detalle en los sueños del protagonista, Weir prefiere el misterio, lo oculto, lo que nos es imposible explicar y entender. Porque si hay algo que está más allá del entendimiento es justamente esa otredad que separa el pensamiento primitivo del moderno. Ese espacio vacío que alberga todo tipo de creencias, fuerzas, y nace y muere como misterio, como enigma. Lo místico puede ser solo cuestión de fe, de tradición cultural o parte de costumbres tribales. Por eso lo místico y misterioso encierran una misma cuestión: la de reservarse ante el raciocinio mundano, moderno, positivista (si se quiere) de un mundo cada vez menos espiritual y más organizado dentro de las ciencias. The Last Wave utilizaba esa veta fantástica para expresar una visión del mundo acorde a la que su realizador tenía en aquellos tiempos y sin abandonar jamás sus obsesiones sobre choques culturales entre tradición y modernidad, lo primitivo y lo moderno.

Algo de esto debería haber entendido M. Night Shyamalan en su última película, Llaman a la puerta, con la que comparte un par de ideas.

En Llaman a la puerta también hay un abogado, Andrew, que convive con Eric, su pareja, y la pequeña Wen, su hija. Los tres son interrumpidos en su apacible cabaña por cuatro extraños que intentan entrar. Primero se muestran amables y serenos, pero ante la negativa de la pareja entran a la fuerza y ambos son interceptados y maniatados en sillas. El aparente líder, Leonard, les dice que no les van a hacer daño, pero que uno de los miembros de la familia debe ser sacrificado por decisión y a manos de ellos mismos. Cada vez que se nieguen un terrible acontecimiento se desatará sobre la tierra sembrando el pánico, el caos y la destrucción, por lo que ese sacrificio es la única opción para detener un inminente apocalipsis. Leonard les explica que los cuatro tuvieron visiones que los alertaron para llegar hasta allí y concretar esa especie de ritual. Claro que Andrew y Eric en un principio se mostrarán reacios pero con el correr del tiempo serán testigos de todo tipo de hechos que los llevará a dudar sobre si tales acontecimientos son en realidad parte del fin de los tiempos.

Otra vez Shyamalan cae, como en Old (2019), en todo tipo de caprichos argumentales, notoriamente disfrazados de lecturas políticas y su personal visión del mundo. En Llaman a la puerta hay un hecho paradójico en yuxtaposición con la película de Weir: mientras que en la del australiano podemos ver las visiones del protagonista, en la de Shyamalan quedan relegadas al fuera de campo. Pero en donde Weir mantenía siempre el misterio por sobre todas las cosas, en la de M. Night se sobreexplica y se enfatiza. Se resuelve, se encuentra una solución, se entiende el problema (lo único que importa, pareciera) aun cuando se desconoce el motivo de tales sucesos extraordinarios. El misterio se pierde porque todo en la película se subraya (el límite del ridículo: nos explica la simbólica llegando casi al final) y dicha solución parece más un capricho argumental contenidista, como muchas otras cosas que alberga la obra. En The Last Wave el personaje interpretado por Richard Chamberlain está perdido en otro mundo, un mundo que responde a un orden distinto y cuyas respuestas jamás son resolutivas, más bien generan otros problemas. Todo allí se transforma en un laberinto, mientras que en la película de Shyamalan los protagonistas están sentados, maniatados y siendo sermomeados una y otra vez. Hasta que el resultado se agota, como la paciencia del espectador.

Pese a algunos momentos donde el director demuestra tener pulso para los climas, construir lecturas interesantes y algunas ideas de puesta en escena bien ejecutadas (Andrew y Eric muchas veces son separados, divididos en la composición estética de la película), no se salva por momentos del tedio, la corrección política y la reiteración de temas abordados a diestra y siniestra en todo tipo de medios actuales. Para ello recurre al flashback innecesario (Howard Hawks decía que no necesitaba del flashback para hablar del pasado de un personaje), así como a líneas de diálogo aleccionadoras y buenas intenciones demasiado obvias para no verle los hilos (su discurso sobre la intolerancia, la posible salvación del planeta depende de una pareja gay, etc). No molesta que la pareja sea homosexual, para nada. Lo que molesta es que, respecto de algunos tópicos, el director no sepa cómo abordarlos sin caer en fórmulas reiterativas dentro del cine actual. Menos aún, no sabe cómo desprenderse siquiera de una manía horrenda de nuestros tiempos: el abuso de los primeros planos, lo más cercano y cerrado posible. Sin fugas para no ver “más allá” y que solo nos detengamos en las expresiones. Los mismos atienden a la lógica de que en la actualidad el cine está más preocupado por emocionar que por hacer pensar al espectador, y en Llaman a la puerta hay una cantidad desmedida e innecesaria. Ese tipo de planos se utiliza además como dispositivo de creencia, de fe, y a Shyamalan le importa más, se nota, que crean en todo lo que sucede en su película. Pero principalmente en su cine. Por eso hace un truquito con los protagonistas: uno es el creyente y el otro es el racional, aquel al que le cuesta digerir la información, o sea, el escéptico. Se representan así dos tipos de espectadores. Por eso los primeros planos, los cuatro intrusos evangelizadores, etc. Todo aquí es un intento de evangelización. Resulta necesario que esos personajes entren a la fuerza, dado que se carece de la herramienta de la elocuencia. Shyamalan, en un sentido, es uno de esos intrusos intentando lavarnos el cerebro: su película es trascendente, importante y necesaria. Para ello, dejó de lado su siempre bienvenido humor. Una lástima. De haberla agarrado Weir estaríamos hablando de algo mucho más interesante y, claramente, más misterioso.