Wen (Kristen Cui), una encantadora niña de 8 años de origen chino, recolecta saltamontes en un bosque cercano a una aislada cabaña cuando se le acerca un hombre gigante llamado Leonard (Dave Bautista), que trata de hacerse amigo de la pequeña mientras le formula algunas preguntas. A los pocos minutos llegan también al lugar otros tres extraños, Redmond (Rupert Grint), Sabrina (Nikki Amuka-Bird) y Ardiane (Abby Quinn), con el objetivo de ingresar en la casa. Desesperada, Wen corre para avisarles del peligro a sus dos padres (un matrimonio gay), Eric (Jonathan Groff) y Andrew (Ben Aldridge). Los tres empiezan a cerrar todas las ventanas, a trabar todas las puertas, a ubicar muebles pesados para dificultar los accesos y a buscar elementos caseros para defenderse.
Pero tras ese inicio ligado al subgénero de invasiones a la privacidad, con intrusos ingresando por la fuerza a un hogar y secuestrando a sus habitantes, nos enteraremos de que la película va por otro lado: en verdad se tratan de un maestro de escuela, una cocinera, un trabajador de gas y una enfermera que les aseguran que el mundo está a punto de desaparecer, a menos que ellos acepten concretar un sacrificio; o sea, que uno de ellos tres mate a otro integrante de la familia. Solo así podrán salvar al planeta de la extinción.
La premisa (tomada de la multipremiada novela The Cabin at the End of the World que Paul Tremblay publicó en 2018) puede sonar ridícula, pero conforme avanza la trama nos daremos en cuenta que no se trata de cuatro delirantes salidos de alguna secta de fanáticos convencidos del apocalipsis. Mientras, el director de Sexto sentido, El protegido, Señales, La aldea, La dama en el agua, El fin de los tiempos, El último maestro del aire, Después de la Tierra, Los huéspedes, Fragmentado, Glass y Viejos (también coautor del guion) va reconstruyendo en distintos flashbacks la historia de amor de la pareja gay, su lucha contra los prejuicios sociales y cómo llegaron a adoptar de beba a Wen en China.
Si la primera mitad de Llaman a la puerta alcanza a sostener cierta intriga, supenso y tensión con un par de secuencias muy bien filmadas, la segunda parte es poco más que una acumulación de reflexiones filosóficas y religiosas supuestamente profundas (pero en definitiva bastante banales) sobre las miserias humanas que generan crecientes catástrofes y lo están llevando a la extinción. Así, lo que en principio parecía un prometedor ejercicio de cine de género, termina desbarrancando en un drama que busca sin suerte la trascendencia con un mensaje que pendula entre la advertencia y la moraleja. Shyamalan, una vez más, dilapida su talento como narrador clásico para convertirse en un torpe predicador.