Aunque adapta una novela de terror, esta es una película de Shyamalan hecha y derecha: lo sobrenatural se manifiesta antes de que podamos considerarlo una “sorpresa” y la vuelta de tuerca es más bien metafísica. En principio, una pareja de papás con su hija van de vacaciones y cuatro extraños los secuestan: debe morir alguien para evitar el Fin del Mundo. Una premisa fortísima que Shyamalan explota con elegancia y con una muy definida caracterización de sus criaturas. Y aquí viene lo que tienen todas sus películas desde el principio: una meditación, con las mejores herramientas del género y del entretenimiento, sobre la existencia de lo divino y el alcance de su poder. En este caso, la mirada no deja de ser pesimista. Shyamalan, que no siempre acierta (últimamente no lo hace muy seguido) es un autor que nos deja con más preguntas que respuestas incluso resolviendo de modo satisfactorio sus tramas. Hay pocos así.