Llamas de nitrato intenta rastrear los misteriosos pasos de esta actriz francesa que un día de 1946 murió en Buenos Aires. La película tiene en su centro a un fantasma, pues casi no han quedado registros de ella más allá de su mítica interpretación de la guerrera de Orleans. "El desafío fue hacer un film de archivo... sin archivo", dijo el director Mirko Stopar en un diálogo con el público, y señaló: "Nunca fue un motivo explicar a Falconetti, y quizás ahora la conozco menos". A pesar de presentar un derroche de orfandades, frustraciones, humillaciones, embarazos no deseados, destierros, incendios varios, encierros en manicomios e irremontables fracasos, Llamas de nitrato logra fluir ante el espectador con un encanto singular provocado por la naturaleza ligeramente embaucadora de muchas de sus imágenes. Al principio creí estar frente a filmaciones caseras de la vida privada real de la actriz en los años '20, de la misma manera en que luego quise comprar con total ingenuidad una serie de capturas que simulaban un making of del rodaje de Dreyer, aunque claramente se trataba de recreaciones modeladas con los tonos y cadencias de los registros de la época. El recurso de la recreación o dramatización, que en muchos documentales biográficos se aplica aun cuando tiende a lucir un tanto tosco, aquí no sólo se ensambla a la perfección sino que además le imprime al relato un aura de inesperada belleza, debido a que seguramente el director sintió mayor libertad al no verse obligado a darle carnadura verídica al personaje, como si la necesidad de las pruebas certeras quedara relegada por el sustrato mucho más tentador de la leyenda. Debajo de muchas capas, entre el parpadeo de los recuerdos y las cenizas de celuloide, Falconetti respira como pura virtualidad, una silueta para siempre evanescente, un centelleo sólo capaz de materializarse en el martirio de Juana y en la desolación abismal de sus ojos estallados.