El fuego que nunca enciende
Para comenzar, es justo decir que esulta extremadamente difícil llevar al cine cualquiera de las historias creadas por la mente de Stephen King, sobre todo porque no alcanza con contar con espectaculares efectos visuales para estar a la altura.
Llamas de venganza, en su más reciente versión, apenas logra despegarse de las varias ocasiones
en que las adaptaciones de la narrativa del escritor oriundo de Maine (ciudad por todos conocida a
estas alturas, sobre todo para sus seguidores y fanáticos) fracasaron abruptamente y es más que
probable que «choque» contra sus propias pretensiones.
Zack Efron venía hasta el momento (en especial con su excelente protagónico sobre la vida de Ted
Bundy en Extremely Wicked, Shockingly Evil and Vile, de 2019, junto a Lilly Collins) sorteando con bastante cintura el sostenimiento de su carrera. Este traspié para nada la hará caer pero seguro sí tambalear, de modo que es de esperar que esté más atento a los próximos pasos en cuanto a la
elección de sus papeles.
El reinicio de la historia que tuvo su primer paso en 1984 por la pantalla grande de la mano de
Mark L. Lester, director de clásicos como Comando (1985) y Clase 1999 (1990), y que contó entre otras figuras reconocidas, con la participación de Drew Barrymore y George Scott, tiene una nueva oportunidad con Keith Thomas llevando la batuta. De momento es posible adelantar que la orquesta arrancó sonando desafinada y que salvo un milagro es poco probable que se repita la
continuación que se supone sería lógica.
La pequeña Ryan Kiera Armstrong, quien, como dato curioso, repite su aparición en un film sobre
una historia de King luego de su breve participación en It Chapter 2 de 2019, da todo lo posible
considerando la interpretación compleja que le toca en suerte. El resto del elenco, entre quienes
se pueden mencionar a Sydney Lemmon, Michael Greyeyes, Gloria Reuben (Mr Robot) y Kurtwood Smith (That ’70s Show), hace lo justo y necesario y por momentos no alcanza. Supongo que la responsabilidad es compartida. Me temo que nunca lo sabremos.