Ecosistema diet
Ya desde el prólogo que ágilmente resume la historia de la primera Lluvia de hamburguesas (2009) queda definido el carácter de secuela de esta segunda aventura Lluvia de hamburguesas 2: la venganza de las sobras, dirigida por Cody Cameron y Kris Pearn donde la cuota de delirio y creatividad vuelve a ser una de las claves, aunque sin tanta sorpresa como su antecesora.
Parte de esa falta de sorpresa obedece a una más que inspirada copia de Parque Jurásico al concebir un universo orgánico donde el ecosistema está integrado por alimentos vivientes, de los cuales son reconocibles por la composición de los cuerpos aquellos animales prehistóricos del film de Steven Spielberg. Este detalle no deja de ser vistoso y muy agradable sobre todo para el público al que va dirigido el film, quien se verá cautivado al cien por cien por el estallido de colores e imágenes en pantalla más que por el derrotero de la trama, lineal y predecible.
Para aquellos adultos que acompañan, los creadores se han tomado varias licencias para construir un antagonista de Flint Lockwood -nuevamente protagonista- con bastantes guiños a la figura de Steve Jobs (el padre del IPhone, IPad y tantas otras cosas), Chester V, quien representa para nuestro héroe el modelo de científico a seguir pero que en realidad persigue un oscuro plan maquiavélico para apoderarse de la máquina que convertía el agua en comida, causal de la creación de este nuevo ecosistema en la Isla Bocado.
Hacia los recónditos paisajes poblados de hamburguesas del tamaño de un Tiranosaurus Rex, y criaturas similares, deberán partir Flint y su grupo de amigos: su novia Sam; el camarógrafo Manny; el excéntrico Brent; y el oficial de policía Earl, sin olvidarnos claro está del mono que tiene por mascota. La misión consiste en acabar con la amenaza que la nueva fauna comestible llegue a otras ciudades.
Sin embargo, aquello que parece una amenaza en realidad es una posibilidad de aprendizaje y de reconocimiento de nuevas especies para reforzar por parte de los creadores el mensaje ecológico hacia los más pequeños y por supuesto una moraleja con final feliz en el que prevalece el valor de la solidaridad por encima del individualismo de Chester y su cohorte de secuaces.
En épocas donde la comida chatarra parece adueñarse de los hábitos alimentarios de muchos niños en el mundo y sobre todo en Norteamérica, la idea de reivindicar lo sano a partir de vegetales o frutas que hasta pueden resultar divertidas escuda un valor noble en una campaña de marketing que el propio film busca ridiculizar a través de la figura de Chester, pero que en definitiva en ese doble discurso permanente termina por cumplir el objetivo mercantilista de siempre. Claro que eso a los chicos no les importará en lo más mínimo cuando rían con las simpáticas frutillas o gocen de los tacos con patas.