Este nuevo documental del cada vez más prolífico Werner Herzog (este año presentó también una ficción y otro documental) se centra en un mundo dominado y gobernado por internet. En el filme, el realizador alemán entrevista a especialistas de todo tipo que dan su visión de un futuro cibernético que, según la visión de Herzog, resulta por un lado fascinante pero por otro bastante pesadillesco.
En este nuevo documental, un tanto desprolijo y casual para sus estándares, Werner Herzog de todos modos logra meterse en esas zonas a las que solo él llega: entender internet y su existencia en el mundo de hoy (y del futuro) a través de entrevistas a especialistas en la materia. Arranca por el pasado, por la mítica y un tanto fetichizada “fundación” de internet en 1969 y se dispara hacia donde Herzog quiere: sus aplicaciones en la vida moderna, su crecimiento desordenado y caótico, sus adictos en recuperación, los super-hackers, los científicos que piensan su futuro y, el temor de muchos, si en algún momento internet empezará a tomar conciencia de sí misma para dejarnos a los humanos en el camino.
Pero Herzog va a más, a cosas que solo él conecta en lo que parece una asociación libre: explosiones solares que pueden acabar con el mundo, si “internet sueña consigo misma”, posibles viajes a Marte y colonias en el espacio (él mismo se ofrece a ir en la primera), robots peculiares, hasta qué punto podremos directamente poner en internet nuestros pensamientos sin tener que tipearlos y cosas así. Pero no son gratuitas sus conexiones: todo parece partir de una mezcla de fascinación y temor por ese futuro en el que, al parecer, nada será igual a lo que conocíamos, especialmente para alguien como Herzog que ha hecho de las epopeyas en el mundo real su vida y su carrera.
Difícil imaginarlo a un director como él, tan fascinado con las contradicciones de los seres humanos enfrentados al mundo real y concreto, demasiado contento con un futuro (casi presente, convengams) de personas/adictos sentados días y días frente a una computadora o algún tipo de interface cibernética, interactuando solo desde allí. El plano de los monjes y sus celulares, la manera irónica con la que Herzog pronuncia la palabra “tweet”, todo da a entender que ese futuro lejano le resulta curiosamente fascinante pero que casi agradece no tener que vivir demasiado tiempo más en él.