El estreno de un documental de Herzog es motivo de celebración. Todas sus películas de esa naturaleza instan al deseo de saber y cuestionar. En esta ocasión se trata de Internet.
En el libro profético y delirante del historiador de culturas William Irwin Thompson se leía: “El destino esotérico de América parece consistir en destituir todas las culturas del mundo como preparación para el advenimiento de una nueva cultura global que será la segunda naturaleza de la humanidad”. Esta ampulosa pero estimulante oración perteneciente a The American Replacement of Nature sintetiza la hora y media de Lo and Behold, Reveries of the Connected World, una de las películas que Werner Herzog estrenó en el 2016 y en la que intenta asir nuestra experiencia digital del mundo.
Como en la mayoría de los recientes documentales de Herzog, el director reúne a distintos hombres y mujeres ligados a la experiencia que ha elegido explorar. Algunos de ellos están en el corazón del fenómeno, como sucede aquí con los pioneros de la invención de Internet en la Universidad de California en Los Ángeles. Hay varios científicos reconocidos en el film, y muchos de ellos trabajan en instituciones de avanzada. Pero el realizador sabe muy bien que para hendir el sentido común y hacer que la experiencia revele su propio fundamento (o contingencia) se necesita la voz de quienes están al margen de la experiencia oficial de una práctica colectiva; los casos anómalos constituyen el striptease de un discurso y una creencia. En Herzog, el testimonio de los raros, los excéntricos y los segregados prodiga una clarividencia necesaria para instar al pensamiento (crítico).
El film está dividido en nueve capítulos, con títulos como “La internet del Yo”, “Internet en Marte”, “El lado oscuro”, “La gloria de la red” o “Los primeros años” que circunscriben un conjunto de dilemas suscitados por la existencia ubicua de la red. La película de Herzog mantiene una distancia prudente frente al entusiasmo acrítico del futuro digital, como también se abstiene de la condenación reaccionaria a la evolución de este sistema comunicacional que ha penetrado en todos los órdenes de la existencia.
Uno de los padres de la red, Leonard Kleinrock, que en el inicio del film presenta la primera computadora que dio el puntapié a la red en 1969, vuelve a intervenir en el epílogo del film sosteniendo que los efectos de Internet en los usuarios son inversamente proporcionales al pensamiento crítico. Un escéptico y lúcido cosmólogo llamado Lawrence Krauss entiende que en el futuro las escuelas tendrán que prescindir de su pretérita función de impartir información, pero lo que se ejercita en el aprendizaje de la filosofía, por ejemplo, será indispensable. A Herzog le interesa pensar la técnica, pues abdicar significa que la técnica piense por nosotros. Todos los testimonios están ordenados para llegar a ese veredicto.
Lo and Behold, Reveries of the Connected World resulta un caleidoscopio divertido y aterrador. Un científico en Carnie Mellon confiesa su amor por un pequeño robot que juega autónomamente al fútbol y al que considera un Messi en la materia; un célebre hacker explica sus métodos y postula que es el factor humano lo que garantiza su éxito; un cosmólogo conjetura qué sucedería si una tormenta solar desbaratara todo el sistema informático que sustenta la red; una desconsolada madre (a la que asesinaron a su hija) cree que Internet es el Anticristo; una terapeuta especializada en adictos del ciberespacio explica que en China y Corea del Sur los jóvenes que pasan 16 horas diarias frente a los juegos usan pañales para no desconectarse; unos científicos prevén que en un futuro cercano un impulso eléctrico del cerebro permitirá publicar un tweet sin pasar por el teclado.
Herzog dispensa una insólita cantidad de casos con el fin de escenificar una experiencia del presente demasiado alborotada para poder ser pensada sin más. No hay aquí planos inolvidables, tampoco una búsqueda estética innovadora; la voluntad didáctica del film impone sus reglas y su perspicacia consiste en transmitir asombro e inquietud frente a las variedades de la experiencia digital. Pensar sobre nuestra nueva naturaleza virtual resulta ineludible.