APARENTES REVELACIONES
Artículos de diarios, un celular, restos de basura, fotos, documentos y expedientes conviven al costado de un camino solitario y húmedo, como si hubiesen sido borrados del mundo o, peor aún, como si jamás hubiesen existido. Una serie de elementos que parecen, a primera vista, inconexos pero que la cámara se encarga de vincular a través del deslizamiento pausado y detenido. Pronto, Victoria Chaya Miranda evidencia la clave de lectura, donde lo no dicho conduce la trama, los datos se muestran escindidos y los personajes se manifiestan mediante gestos, escasos diálogos y procesos internos. Todos los fragmentos se disponen como componentes oscuros de un rompecabezas audiovisual que pretende (re) construirse con la ayuda del espectador; sin embargo, acaba por traicionar su propia lógica.
En principio, porque los códigos, recursos y temas nunca terminan de explotarse. El excesivo afán por demostrar que todo acto político es personal atenta contra el desarrollo narrativo restándole importancia a la historia y volviendo ligeros o, incluso triviales, los conceptos y acciones que pretende denunciar. La investigación que confirma los vínculos entre empresarios y gobernantes con una red de trata de niños y pedofilia se reduce a una simple excusa, a frases reiterativas que abrazan una suerte de utopía imposible de derribar en medio de la corrupción y de un sistema tan omnipotente que atrae hasta a aquellos que parecen imbatibles. Mientras que se desdibuja por completo el rol de las familias como primer engranaje del circuito ya sea porque originan los abusos, los permiten o, de manera indirecta, actúan como las falsas promesas con las que atrapan a los chicos. En consecuencia, Lo habrás imaginado se desliga de esa cámara lenta del comienzo, de la mirada que analiza y del cuestionamiento permanente hacia las huellas que surgen. Por el contrario, presenta una sucesión de hechos que adquieren escasa repercusión y, enseguida, se olvidan imposibilitando cualquier tipo de toma de consciencia o debate social. Tal es el caso del femicidio que sacude brevemente el curso de las pesquisas y se evapora, a pesar de los vagos intentos de conferirle un valor mayor. Como bien comenta Guillermo en una escena sobre los carteles de drogas, ellos sólo deben concentrarse en los niños y no perseguir otras puntas.
Los personajes tampoco despliegan plenamente las capas que configuran sus procesos internos, sensaciones, estados de ánimo o la carga del pasado. Por momentos se mueven por inercia vaciados de sentido; por otros permanecen en una suerte de limbo entre aquello que pretenden mostrar y lo que expresan, entre quienes creen que son y la manera en que se habitan el mundo. Ángel y Abril son los ejemplos más paradójicos. El primero no puede apropiarse por completo de su poder público y privado, más allá de reconocer que existe y de un breve montaje que lo corrobora. Se desplaza lánguido, como si pidiera permiso para exteriorizar semejante autoridad. ¿Dónde reside la supremacía? ¿Cómo intervienen esos desdoblamientos entre la vida íntima y la figura exitosa? Abril se mantiene tímida y monótona hasta desvanecerse totalmente. Si bien al inicio se pueden establecer algunos puntos de contacto con Alejandra Ferro de la serie televisiva Vidas Robadas puesto que ambas son sometidas mediante estupefacientes para olvidar rostros e información sobre altos mandos de las redes de tráfico –de niños, en un caso; de mujeres, en el otro–, éstos desaparecen debido a los diferentes abordajes. Ferro atraviesa numerosos picos hasta emprender la recuperación con ayuda psiquiátrica que la vuelven dueña de sí otra vez; Abril nunca transita crisis, más allá de una leve ocasión. Repite conductas autodestructivas, desconfía de los demás y calla pero no entran en juego mecanismos que restituyan la distancia entre sus pensamientos y el trauma. ¿Cómo puede exhibir matices si permanece uniforme? ¿Cuál es la finalidad de sugerir que todo es una ilusión si no se pone en tela de juicio que haya existido un tormento previo? Mientras que la repentina animación que pretende cumplir esa tarea, no hace más que ampliar la brecha ya que opera como una barrera más que media el vínculo, en lugar de habilitar un contacto directo entre mujer y experiencia hasta el punto de bloqueárselo también al público.
En contrapartida, la directora trabaja con suma eficacia la puesta en escena de la casa de la joven y la suerte de fábrica abandonada que funciona como cuartel. El juego entre la amplitud de los ambientes frente a la luz natural o penumbra, los encuadres y la ausencia de detalles personalizados le otorgan la identidad de no lugares, donde oscilan las condiciones de posibilidad entre espacios comunes, emplazamientos creados por la mente o sitios fehacientemente habitados por ellos. Una propuesta que no sólo interactúa con el título, sino también repone los primigenios lazos sobre la lectura del filme. Invitaciones que reclaman miradas atentas y seguimientos analíticos para cuestionar aquello que aparece en pantalla y otorgarle, por fin, la visibilidad y el debate que se merecen.
Por Brenda Caletti
@117Brenn