Hay algo, mucho, del orden de lo ignominioso en el texto fílmico que queda flotando en el aire durante la proyección del filme, y también una vez terminado.
Lo primero que desplaza del lugar de la condescendencia es la manipulación del espectador. Al principio nos informan que basada en hechos reales, esta historia que “cambio la vida de mucha gente” (murieron cerca de 250.000 personas). Se centra en una familia tratando de implantarla como símbolo de una tragedia mayor, terminando como un drama que sólo parece circunscribirse a esa familia, con pequeñas excepciones.
Ya desde el título y la presentación de la familia conformada por María (Naomi Wats), Henry (Ewan McGregor) y sus tres hijos, Lucas (Tom Holand), Thomas (Samuel Joslin) y Simon (Oaklee Pendergast), hecha por tierra cualquier tipo de suspicacia o de incertidumbre sobre la suerte de todos ellos. Ya se sabe que todos sus miembros sobrevivieron, cumpliendo con los cánones morales de la factoría, sobre todo hollywoodense, en este tipo de producto.
Tal como símbolo, o icono del drama, olvidándose casi sin referencia de los mayores afectados por el desastre natural que, como siempre sucede, también en estos casos, los más damnificadas son las personas de menores recursos, los aldeanos, a los que casi no se los nombra.
Pues convengamos que el tsunami no se circunscribió sólo al espacio físico turístico de las costas de Tailandia.
Entonces este drama épico se transforma, en realidad se cierra, como una gran epopeya, la de esta familia que tras vivir una situación casi del orden de lo inenarrable, inexplicable, sólo se puede decir luego de experimentar y/o sufrirla. Aqui puesto con intenciones claramente comerciales.
Por lo que nos topamos de frente con la segunda parte de la promulgación de la afrenta, más que nada casi por omisión. Durante todo el filme los únicos que están en situación de drama, rayana en la tragedia, en la búsqueda de sus seres queridos, y parecen ser los únicos que la sufrieron, son en su mayoría europeos blancos, no todos rubios, como esta familia, por supuesto, pero blancos, suecos, italoyankees, etc.
Una vez producido el fenomenal terremoto marítimo, con escenas muy bien filmadas, por supuesto, con gran esteticismo realista, nos encontramos con María, la más perjudicada por la violencia de los hechos, y su hijo mayor Lucas.
Ella, medica de profesión, tendrá la fuerza tanto física, como intelectual y moral, de poder educar a Lucas, de mostrarle que aún en los peores momentos no se puede imponerse el egoísmo, que el altruismo y la nobleza bien entendida empieza por casa y se difunde demasiado bueno para ser real.
A la postre, Lucas será el único que a través del transcurso del tiempo narrativo va mostrando pequeños cambios, creíbles, sobre todo por la muy buena actuación del joven actor debutante.
Todos los actos que ambos realizan para sobrevivir recién a mitad de la película, exactamente al minuto 55, volvemos a tener contacto con el resto de la familia, enterándonos que todos están vivos.
La tragedia queda de lado, ahora el drama (pequeña y sutil diferencia, ya articulada y explicada por los griegos hace más o menos 2500 años), se desarrolla en la posibilidad del reencuentro familiar. Tampoco hay suspenso aquí, sólo ver como lo resuelven.
Es el punto más flojo del guión, ya que el alargamiento de las situaciones y el forzar el encuentro a que suceda en el ultimo minuto no genera más que dilación temporal del relato.
Pero la frutilla del postre está en la última secuencia. Toda la familia, y sólo ella, es rescatada por ser socios de una compañía de seguro, que además puso sus dinerillos en la producción, en un avión vacío. ¿Alguien necesita que lo alcancemos a algún lugar?
En síntesis, la estructura narrativa es clásica, sin demasiadas pretensiones, poseedora de muy buenos efectos especiales, sobre todo en la escena disparadora del cuento, sin necesidad de caer en golpes bajos, cosa que se agradece, y buenas actuaciones. No deja nada más.