Una familia arrastrada por la ola
Si el cine consistiera en experimentar, de la manera más “realista” posible el drama vivido en la pantalla, Lo imposible sería una película perfecta, o poco menos. De producción española, pero “aspecto” internacional (filmada en Asia, está protagonizada por un elenco enteramente angloparlante), el segundo largo del catalán Juan Antonio Bayona (realizador de El orfanato) es la primera película en abordar de lleno el tema del tsunami de 2004 (Más allá de la vida, de Clint Eastwood, lo tocaba parcialmente). Bueno, en realidad no “el tema” sino la experiencia de una familia española, que debió sobrellevar el fenómeno estando de vacaciones en Tailandia. Esa es justamente la limitación de Lo imposible, la de limitarse a la experiencia. Como el propio tsunami, Lo imposible arrolla durante un tiempo limitado, y luego desaparece para siempre. O hasta el próximo tsunami.
Hay otro desfase notorio en Lo imposible, aunque de consecuencias dramáticas considerablemente menores. Movida por la ambición de llegar al mercado internacional (apuntando, a la vez, a colocar a Bayona en un lugar semejante al de los mexicanos González Iñárritu, Cuarón o Del Toro), la muy hispana familia original, morochitos ellos, pasa a ser sustituida por una británica, con los rubiones Ewan McGregor y Naomi Watts a la cabeza. Gerente de una gran corporación él; médica que abandonó la profesión para dedicarse a la familia, ella. La película se inicia con Henry y María llegando con sus tres hijos a un typical resort de Khao Lak, de esos con palmeras y cabañas de caña. La fotografía de Oscar Faura realza la condición de soleado paraíso tropical, con el azulísimo Indico al fondo. Imagen engañosa, como pronto se verá.
De ese azul perfecto vendrá la Gran Ola, precedida de una vibración y un rugido grave. Parados en medio del parque, Henry, María y los tres chicos la ven venir paralizados. Elocuente expresión de la sensación de “más grande que la vida” que un fenómeno como éste tiene. De allí en más, la familia queda dividida en dos grupos, arrastrados cada uno hacia vaya a saber qué remotos rincones de la isla. Golpeada contra piedras, troncos y toda clase de objetos que la corriente empuja en contra, María será quien peor la pase. Uno de sus hijos le pierde el rastro, hasta volver a dar con ella. Mientras tanto, Henry pone a los otros dos chicos a recaudo, intentando lo que parece imposible: reencontrar a la otra mitad de la familia. Si es que están vivos.
Filmada con vividez, reconstruida con detalle, narrada con precisión y credibilidad, Lo imposible mantiene, a pesar de la escasez de movimientos dramáticos (toda la cuestión se reduce a sobrevivir y reencontrarse) una pareja intensidad durante las dos horas de proyección. No puede dejar de agradecerse, por lo demás, la renuncia a efectismos, golpes bajos y sobredimensionamientos dramáticos y emocionales. Dejando de lado que son rubios, lindos y ricos, es posible identificarse con esta familia sin apellido (el verdadero quedó eliminado, para que “no se note” que eran españoles). Todo bien, pero la película termina y todo se termina. A diferencia de un tsunami, Lo imposible no deja muchos sedimentos tras su paso.