Afectos arrasados
Con ánimo de thriller y cuerpo de catástrofe, la nueva película del español J. A. Bayona (El orfanato) escarba en el páramo dejado por el paso de un tsunami para dar cuenta de un velo que los humanos casi siempre pierden de vista: la importancia única de los lazos familiares, aquellos que amortiguan el peso de ese miedo que el padre de familia Henry (Ewan McGregor) reconoce en un tramo del filme: el temor a quedarse solo.
Por eso al comienzo de Lo imposible la familia británica con domicilio en Japón que integran Henry, su mujer Maria (Naomi Watts) y sus tres pequeños hijos padece en el avión turístico que los lleva a Tailandia los sinsabores de toda rutina de clase media: la duda de si la alarma de casa quedó o no prendida, las riñas entre los niños que la madre debe calmar: atmósfera de ciega parsimonia que se verá asediada un tiempo después por una ola verídica de considerables proporciones (el tsunami que arrasó la costa asiática en 2004) que dispersará a los miembros de la familia a lo largo y ancho de un azolado paisaje pos-tsunami. En él los protagonistas asistirán, a través de la sensación de pérdida, a la revelación de que ellos mismos eran lo más valioso que poseían en el mundo.
En la primera mitad del filme, la que le sucede al impresionante y virtuosamente recreado aluvión marítimo (que muchos compararán con el de Más allá de la vida de Clint Eastwood, basado en el mismo tsunami histórico), Lo imposible alcanza su más emotivo y menos lacrimógeno pico en la batalla de supervivencia que libran Maria y su hijo Lucas (Tom Holland), arrastrados primero por la corriente y después reunidos en un hospital colapsado de tercer mundo.
El remarcable trabajo de Naomi Watts, en ese sentido, y también el de Holland, como hijo valiente y protector, alimentan al filme de una nobleza no siempre visible en las películas catástrofe: las raspaduras, las heridas, los gritos, los sollozos, adquieren gracias a ellos en Lo imposible una entidad tan íntima como épica.
La cámara hiperrealista e hipersensible de Bayona también ayuda a que el filme esté “cuidado”, a matizar los golpes bajos gracias a una serie de diestros recursos formales, aunque a nivel narrativo la historia sea un tanto lineal y simple: dimensión que asoma más en la segunda mitad, obligada a contar las derivas de Henry y los otros dos hijos hasta el demorado encuentro familiar, y en el que el énfasis en la solidaridad entre las víctimas le dan a Lo imposible un tufillo oscarizable demasiado orientado al lagrimeo.
En sus instantes más sentidos y menos sentimentales, más documentales y menos morales, Lo imposible es poderosa como una gran ola.