Lo mejor que puede decirse de este nuevo largometraje del director de Pájaros negros pasa por su cuidado, su prolijidad, su indudable profesionalismo, pero esos atributos estéticos y técnicos no alcanzan a compensar todos los lugares comunes que surgen en el terreno del guion y las actuaciones.
Ambientada casi un siglo atrás, Lo inevitable comienza durante una noche de tormenta. Mientras la radio -un elemento recurrente- nos informa de una situación misteriosa y del orden de lo apocalíptico, Juana (Juana Viale), su hija adolescente Laura (Daryna Butryk) y su hermano Marcos (Luciano Cáceres) viajan en un automóvil que termina chocando y queda varado. Los tres entonces buscan refugio en una cercana casona abandonada, donde no tardarán en ocurrir hechos sobrenaturales y en aparecer extraños personajes como el que interprea Javier Godino.
El film -que trabaja casi siempre en una única locación y con solo cinco personajes (también aparece un reverendo a cargo de Carlos Portaluppi)- apela a demasiados clichés del thriller psicológico con ínfulas de terror religioso. Es cierto que el trabajo del director de fotografía Eduardo Pinto le da al relato algo de esplendor visual, pero las situaciones, conflictos y resoluciones son tan trilladas que uno no puede más que ver a este film como un “inevitable” subproducto en la línea del cine de M. Night Shyamalan, Ari Aster, Drew Goddard o Robert Eggers. Menos de lo mismo.