"Lo inevitable", con Juana Viale: el fin del mundo está cerca
Lo inevitable es una película sobre gente chiflada a la que, sin embargo, le falta locura, desquiciarse junto a esos personajes que creen a pies juntillas que el Final (así, con mayúsculas) está cerca. Cruza del ideario de El cuento de la criada, con los hombres supuestamente mandatados por Dios –o algo así– para timonear los destinos de las mujeres, y del sectarismo místico-alucinatorio de Midsommar, de Ari Aster, las primeras acciones de la película del realizador Fercks Castellani adscriben rápidamente al modelo narrativo del terror religioso al mostrar la llegada de una familia a un caserón abandonado en medio de la nada luego de que el auto en el que viajaban choca en plena noche. Allí no hay nadie, una tranquilidad inicial para quienes parecen estar huyendo de algo. O de alguien.
Desde ya que no es una familia muy normal: mamá Juana (Juana Viale) viste un atuendo íntegramente negro, con un sombrero muy similar al de Elisabeth Moss en la adaptación del libro de Margaret Atwood; su hermano Marcos (el siempre intenso Luciano Cáceres) repite versículos de la Biblia como verdades absolutas, y la hija de ella, Laura (Daryna Butryk), no termina de entender del todo lo que está pasando. La casa está en penumbras, solo iluminada por velas y lámparas a kerosene que tiñen las imágenes de una tonalidad anaranjada. En ese sentido, Lo inevitable –que parece transcurrir en la década de 1930– es técnicamente irreprochable en sus escenas de interiores, que son amplia mayoría: hay en los movimientos de cámara cierta elegancia, una fotografía que aprovecha los contrastes entre las luces y las sombras para imprimir un aura de misterio y acechanza. Un acecho que permanece, al menos al principio, en estricto fuera de campo y del que solo llegan noticias a través de una radio que emite comunicados oficiales alternando sobre la llegada del Apocalipsis, con frases como “El momento ha llegado”.
Las dudas sobre cómo proceder son el núcleo central de la discusión entre Juana y su hermano, quien tiene por costumbre latiguearse la espalda para purgar las culpas. Algunos flashbacks revelarán luego un pasado luminoso, de prendas blancas y cielo celeste, reforzando así la similitud con Midsommar. Los problemas empiezan en la segunda mitad del metraje. Aquello sugerido queda en eso, en el esbozo de una trama que nunca llega a desarrollarse. A cambio, aparece en la puerta un personaje tanto o más desquiciado que los integrantes de una familia que, de allí en más, seguirá cada uno su rumbo. Marcos continuará con su trip mental enfrentándose con el recién llegado (Javier Godino) en el bosque que rodea el caserón, al tiempo que Juana caminará por la casa y entre los árboles como si estuviera desnorteada, sin rumbo, igual que la película.
Lo inevitable, entonces, termina siendo una hija putativa de cierto cine de terror psicológico contemporáneo de ínfulas autorales, en la línea del mencionado Aster, Robert Eggers (La bruja, El faro) o David Robert Mitchell (Te sigue). En esa línea se entiende una última imagen que apuesta a resignificar buena parte de lo visto y tiene en su ADN la huella de M. Night Shyamalan.