Un romance para deplorar.
De las varias películas románticas basadas en novelas de Nicholas Sparks hay bastante consenso en que la mejor -o la más aceptable- es Diario de una pasión, de 2004, protagonizada por Ryan Gosling y Rachel McAdams. Allí un joven pobre y una chica rica se enamoraban y las diferencias sociales los separaban. La película se contaba en dos tiempos y había un beso bajo la lluvia. En Lo mejor de mí, un joven pobre y una chica rica se enamoran, y las diferencias sociales los separan. La película se cuenta en dos tiempos y hay un beso bajo la lluvia.
Pero la repetición de historias y fórmulas no debería cegarnos. El problema -la tragedia para el cine- que representa Lo mejor de mí no es que repita, es que es una abominación en toda regla: cursilería sin imaginación alguna, ridiculez para mostrar apasionamiento (ese pantalón puesto en la escena de cama), malos que fueron rechazados en los cómics por ser demasiado caricaturescos, actores que no pueden disimular líneas de diálogos imposibles en el siglo XXI, capas y capas -y más capas- de situaciones trágicas de un nivel de arbitrariedad y absurdo que hablar de golpes bajos es ser injusto con otros golpes bajos.
El abuso de movimientos de cámara irrelevantes, los encuadres melifluos y el hecho de que los actores que interpretan a los personajes de James Marsden y Michelle Monaghan cuando eran jóvenes no se les parezcan se convierten en detalles involuntariamente cómicos.