Qué llevamos y dejamos en cada mudanza
Las mudanzas trasladan algo más que cargas: nos alivian de antiguas trastos y nos hacen descubrir nuevas cosas. Llevamos, tiramos y traemos. Y no sólo objetos. De algo así nos habla esta simpática comedia francesa, liviana, llevadera, tercera parte de un tríptico firmado por Cedric Klapisch, que empezó con una obra deliciosa (“Piso compartido”, 2002) y que fue perdiendo algo de frescura en sus siguientes capítulos. El personaje central sigue siendo Xavier, un tipo algo tarambana, disperso, inseguro. Es escritor y tiene éxito, pero cuando su mujer decide mudarse a Nueva York con sus hijos (y allá lo espera no sólo una nueva casa, también un nuevo amor), Xavier se va tras de ellos en un arrebato que busca algo más que estar cerca de sus críos. Y allí se dará cuenta que es un hombre solo y con pocos recursos: alquilará un cuartucho, se casará con una china para no ser deportado, ayudará con su semen a una pareja de lesbianas, recibirá puntualmente la presión de su editor y –encima- la visita de una ex novia con dos hijos. “La vida es complicada”, dice Xavier a cada paso. Y claro que lo es. Se ha mudado y no termina de desembalar ni acomodar su ajetreada existencia. El filme deja ver a estos personajes simpáticos, sensibles, que andan a las corridas por una Nueva York que muestra sólo el colorido ruidoso del Barrio Chino y de la gente sencilla. La vida es complicada, pero permite incluir a esos contratiempos como parte de una geografía sensible que se alimenta por igual de sueños y pesadillas. Klapisch sabe conducir su relato, hay humor, apuntes interesantes y una mirada lirica y vitalista que retrata a sus personajes como seres inmaduros, llenos de dudas, ganas y sentimientos. Es cierto, es liviana y no aspira a ser algo más que una comedia de enredos, pero es romántica y ligera, interesa y gusta. Xavier, con sus idas y vuelta, deja una lección: la mudanza da trabajo, pero abre nuevas puertas, auspicia cambios y deja ver otros horizontes. Oxigenar la vida, cambiar de lugar, no mirar para atrás y apostar a lo incierto, puede ser algo más que una aventura.