Esta es una de esas tantas películas un tanto crepusculares en las cuales dos amigos, frente a una enfermedad terminal, se ponen a hacer esas cosas que tienen ganas de hacer y que estaban postergadas.
Lo mejor está por venir tiene la particularidad de ser también una comedia de enredos, y como tal gana en confusión cómica y en posibilidades de puntos de vista y de empatía emocionales, aunque también llega a debilitar esa empatía frente el protagonista que sabe más que el otro. Arthur y César -solvencia, prestancia y carisma no son bienes escasos para Fabrice Luchini y Patrick Bruel- son dos personajes delineados con claridad (a veces demasiada, y la música ayuda a ese exceso): el serio y atribulado, por un lado; el despreocupado, errante y vital, por el otro.
Su amistad como columna vertebral es el eje de la solidez de esta película que es crepuscular por su tema pero también porque representa a un cine comunicativo y asentado en un clasicismo de corte popular lamentablemente en retirada: Lo mejor está por venir es uno de esos ejemplares fílmicos bien plantados sobre un guión elaborado, uno que entiende que el profesionalismo no necesariamente anula el poder de este arte de incitarnos a risas y llantos mezclados con fórmulas (a veces eficaces y a veces vetustas) ya conocidas, casi familiares, al menos para las generaciones con más cine en la memoria.