Habría que recordar que Lucchini y Bruel, cada uno en lo suyo, ha sido un “enfant térrible” en el arte (popular o no) francés. Aquí están en una comedia burguesa, de dos amigos que creen que el otro se está por morir. Y bueno, hacen de señores grandes con ganas de divertirse un poco, con el paso del tiempo reflejado en los ojos, con el mundo girando indiferente. Y en su amabilidad rotunda, no está tan mal la película.