Simplemente amigas
Cada año, el BAFICI presenta algún producto surgido de la Universidad del Cine que da que hablar, que genera polémicas: en esta 12ª edición le toca el turno a la opera prima de Delfina Castagnino, quien ha trabajado como asistente o montajista en películas tan disímiles como Luego, El amor (primera parte), Los muertos, Liverpool y Todos mienten, con cuyo equipo se la identifica.
La historia tiene lugar en el Sur, pero no se va a esa zona en busca de la identidad ni huyendo de algo, como ya es un tópico recurrente en el último cine argentino, sino que dos amigas se reencuentran allí cuando muere el padre de una de ellas. Una acompaña el duelo de la otra y aprovecha ese tiempo para tomar distancia de una relación que pasa por un mal momento. Lo que más quiero es el relato de ese encuentro, de esos días de convivencia, de charlas compartidas, de finales.
Filmada en base a unos pocos y largos planos secuencia fijos o con poco movimiento de cámara, asistimos a varias situaciones cotidianas, banales algunas, más dramáticas otras. Las mismas pueden resultar algo vistas, pueden recordar el cine de Ezequiel Acuña o el de Matías Piñeiro, pero, sin embargo, con respecto a ellos, esta opera prima elige apoyarse en los sentimientos de las protagonistas, lo cual le da a la historia una carnadura, un grado de emocionalidad poco frecuente en el cine argentino realizado por los más jóvenes. Por otro lado, estamos frente a un film medido, poco pretencioso, y no es éste el menor de sus méritos.
María Villar ya había demostrado su talento y simpatía en El hombre robado y Todos mienten, y Pilar Gamboa se revela como una actriz a esa misma altura. Son particularmente logradas la escena entre Villar y Esteban Lamothe, una larga charla sobre la actuación, filmada completamente en un solo plano, y el episodio final entre las dos chicas, ídem. No menos importante resulta el trabajo con la imagen, de una belleza mesurada en un entorno bucólico, que nunca cae en la tarjeta postal ni en el afiche turístico. El soporte digital desmerece un poco la bella fotografía de Soledad Rodríguez, lo cual hace desear su paso a 35 milímetros.
Esta es una oportunidad para destacar el excelente trabajo de los equipos técnicos que se observa las películas argentinas que participan en el BAFICI: en mi opinión, tanto la fotografía de Fernando Lockett en Secuestro y muerte, la de Gerardo Silvatici en El recuento de los daños, y la de Agustín Mendilaharzu en Ocio tienen en común ser el aspecto más admirable en cada uno de esos films. En cuanto a Delfina Castagnino, promete ser una tarea interesante seguir su trayectoria como directora.