Crecer de golpe.
Filmada en su totalidad en la provincia de Salta, la historia que nos cuenta pareciera tener un condimento universal. ¿Cómo es que jóvenes que no pasan los 18, a veces ni los 15 años, terminan inmersos en un mundo delictivo de alta peligrosidad?
El guion de Barrozo y Maen Azzam se caracteriza por no estigmatizar, por dejar los prejuicios en la entrada y poder exponer sin ninguna ideología clasista. El planteo es sencillo; Leandro (Álvaro Massafra) es un adolescente de 14 años, vive con su madre, y, por lo que podemos ver, tiene un buen pasar, de clase media tradicional sin grandes lujos ni enormes necesidades. Se encuentra en esa edad en la que hay que romper con los moldes, y las malas amistades no ayudan. El grupo de amigos, todos del mismo status, es más bien dudoso; pero hay uno que resalta, el outsider, Chacota (Luciano Ochoa); de quien no sabremos mucho de su vida, pero sabemos que deambula, y presumiblemente, sí sea de una clase social inferior. Chacota es un delincuente de poca monta, y arrastra a los suyos con él, en especial a Leandro. En realidad, trabaja para Gustavo “El Gordo” Ovalle (Roly Serrano), que es el que le marca los lugares para ir a robar y le da un porcentaje. Ah, Ovalle también es dueño de un putyclub en el que sí, hay trata de blancas.
Barrozo logra que toda esta trama de muchísima suciedad, sea vista con naturalidad haciéndola creíble. Sí, quizás haya un exceso de puteadas en el vocabulario de los jóvenes, o quizás ya pasé una edad en la que me distancié de las personas de quince años y quiero creer que no hablan así. En todo caso, son expresadas sin ningún esfuerzo, haciéndonos creer, más allá de algún desnivel interpretativo lógico y esperable, que todos los diálogos pueden ser verdad.
Lo que no se perdona comienza como una suerte de film intimista, con el día de Leandro y sus relaciones con el exterior. Pero poco a poco se transforma en un policial noïr, plagado de personajes despreciables y antihéroes. La relación entre Leandro y Chacota sufre un quiebre, y El Gordo urde un plan para eliminar al soplón de su clan; plan que los incluye a los dos en un primer plano.
Hablamos de un film de recursos escasos, simples, sin el presupuesto para elevarse en alto vuelo; pero esto no le impide que cumpla con su cometido, de incomodar y plantear una problemática tangible. No hay necesidad de edulcorar.
El primer tramo del film, antes de ir deslizándose por el policial; si bien pareciera lento, y hasta demasiado hablado, permite una lograda construcción de los personajes, que no pasan por simples lugares comunes.
A diferencia de buena parte de lo que fue el Nuevo Cine Argentino allá a principios de este nuevo Siglo; Lo que no se perdona no se enfoca en una clase social para hablar del germen del problema; más bien nos habla de una generación perdida. Sí, plantea una lucha de clases, pero en un nivel en el que nadie es limpio y las responsabilidades están tan repartidas como entre las generaciones. Porque sí, si los jóvenes están perdidos, hay una gran responsabilidad del mundo adulto, y el film lo demuestra.
Conclusión:
Incómoda, sucia, y certera Lo que no se perdona, posee varios atractivos para ubicarse como un testimonio notable de una temática que muchas veces es tratada superficialmente. En su andar nos deja pensando, y de paso, nos regala a un Roly Serrano que, aunque haga de un personaje realmente despreciable, no puede dejar de ser adorable.