Los Ni Ni del norte
La baja de imputabilidad a los menores de edad que incurren en actos delictivos es la carne de cañón de toda la patria mediática y el puntal de lanza de la clase política, síntoma que en estos momentos llega a la opinión pública y encuentra en el reflejo distorsivo de los medios de comunicación y redes sociales su mejor espacio dialéctico para sentar las bases de una batalla ideológica.
Lo que no se perdona, ópera prima de Cristián Barroso, se estrena en este momento oportuno al tomar como punto de partida una historia protagonizada por adolescentes que no superan la edad de los 14 años. Leandro (Alvaro Massafra), muchacho de clase media, presenta todos los rasgos de lo que se define hoy por hoy como la franja generacional Ni Ni, es decir ni quiere estudiar ni quiere trabajar. Además, en un hogar con padre ausente y madre joven superada por los desplantes del párvulo, siente fascinación por la figura del gordo Gustavo (correcta actuación de Roly Serrano), personaje siniestro que se relaciona con la trata y la delincuencia bajo un código moral propio, que se ampara en los menores para salir indemne de sus robos, a veces asesinatos.
El deambular del protagonista y su carga de violencia como producto de su etapa de confusión adolescente oscila entre los encuentros con amigos también delincuentes, con quienes juega al fútbol por las tardes y con los que roba por las noches.
No obstante, el film parece trazar alguna diferencia entre Chachota (Luciano Ochoa), a la vista el amigo más influyente y peligroso, de los otros congéneres que van al colegio y no andan en cosas “raras” como Leandro.
Con un registro a veces seco, de fuerte estética realista, el director Cristián Barroso resuelve con pocos sobresaltos una historia dura y muy vigente, sin apelar a golpes de efecto, con un guión que tampoco recurre a diálogos altisonantes ni forzados y que absorbe el léxico de los adolescentes de hoy en día.
Un buen debut para un director del que debe esperarse una nueva propuesta cinematográfica que encuentre el equilibrio entre la calidad de la imagen y el ritmo en la narración.