UNA LOCURA NO TAN ALEGRE
Históricamente, la cinematografía italiana siempre ha presentado films de calidad que han marcado una huella a nivel mundial, pero como nada es para siempre, en esta ocasión no es el caso. Loca alegría se presenta como una película regular desde el comienzo hasta la mitad de la historia, volviéndose más interesante en la segunda parte. ¿Por qué digo esto? Porque la película es presentada como una comedia, cuando en realidad tropieza con sus propios pasos intentando un humor espontáneo e ingenioso, resultando más atrapante y grato cuando esta pseudo-comedia se vuelve más dramática, desplegando en los personajes el peso de la narración y los efectos que la misma provoca.
La historia que nos presenta Paolo Virzi expone la vida en un neuro-psiquiátrico de la toscana italiana, con los avatares que allí suceden diariamente, seguido de la huida de dos de sus pacientes, quienes buscan en su escapada encontrar algo de la paz y la “normalidad” que no lograron encontrar en aquel sitio. Las dos fugitivas son Beatrice y Donatella, ambas internadas por motivos diferentes (una por mantener una obsesiva relación con su marido y novio y la otra por padecer depresión e intento de suicidio e infanticidio), quienes logran entablar una amistad casi instantánea ayudándose una a la otra a pasar el mal trago del momento que las llevó hasta la internación. Juntas logran enfrentar sus miedos y sus obstáculos, consiguiendo una armonía parcial hacia el final del film.
En su vuelta de tuerca hacia el dramatismo, la película consigue exponer situaciones de gran densidad moral y existencial, logrando conmover al espectador, quien logra de esta manera comprender un poco más a las protagonistas, ya que en la errada faceta de comedia de la primera parte, no quedan ni bien delineados los personajes, ni claro el por qué de sus historias.
Además de este salvataje del guión a último momento, la película presenta un montaje repleto de paisajes de la toscana italiana, lo que lo hace armonioso y amigable de ver. Un film que pasará sin penas ni glorias pero que resulta un buen ejercicio para poder comprobar aquel postulado de la gran película de Spike Jonze El ladrón de orquídeas: un buen final salva cualquier historia.