Las ilusas
El cine ha sido cosa de machos. De a poco, algunas mujeres filman, y cada vez son más. ¿Existe una sensibilidad femenina detectable en una imagen? Tesis: antes del feminismo existe lo femenino, y como tal, sea una naturaleza o una construcción histórica, podría tener una expresión cinematográfica distintiva. ¿Cómo filman las mujeres el deseo, la ira, la ternura, el desprecio?
No será justamente Locamente enamoradas la respuesta, aun cuando las cuatro mujeres del relato, entre desordenado y veloz, son bellas y magnéticas, desprejuiciadas en cierta medida y dispuestas a responder a sus deseos. Madre, hermana, hija e hija adoptiva, que viven todas juntas en un departamento, podrán aspirar a una autonomía profesional, pero todas esperan, más o menos conscientemente, encontrar en algún hombre algo más que un compañero. El amor romántico alcanza aquí su apoteosis acrítica, y los hombres, tal vez un poco menos elementales, siguen teniendo el rol casi metafísico de dar sentido a la vida femenina.
¿No es justamente lo que sucede con la errancia erótica que experimenta Judith Miller, la famosa actriz que busca a el hombre entre los hombres? Como sea, Judith intenta con un poeta, con un director de cine, y coquetea, entre la nostalgia y la ternura, con su ex. Una de sus hijas todavía libra la batalla previa a todo erotismo: destituir el Edipo. La más chica, recién en la adolescencia, espera por el primer beso y practica con un póster de Rimbaud. Barbara, la hermana de Judith, oscila entre el mandato de la maternidad y el descubrimiento (adúltero) del orgasmo. El éxtasis genital es aquí el gran bien supremo, una emancipación demasiado fisiológica para cuatro mujeres que no dejan de ligar su felicidad a la presencia de un hombre.
¿Y qué decir, estrictamente, del cine? Dividir el plano en tres cada tanto para resolver una escena, acelerar y rebobinar algunas secuencias, ilustrar algunas fantasías, incluir una voz en off antojadiza, musicalizar en exceso: así Hilde Van Mieghem pone en movimiento su ginocracia de utilería, solamente interceptada por alguna mueca o gesto de auténtico desamparo en el rostro de Veerle Dobbelaere (Judith), que poco tiene que ver con esta Sex and the City a la europea. En este paradigma las mujeres sólo pueden aspirar a una sumisión muy bien maquillada.