Dinero, más dinero y amor
El exotismo atrapa, sino basta ver qué pasa en la televisión regional con las telenovelas de origen turco, que arrasan en todos los horarios con historias que, principalmente, revisitan la épica del melodrama focalizando en el extrañamiento de sus paisajes y costumbres con el conflicto de pareja imposible de compatibilizar como punto de partida.
Locamente millonarios (Crazy Rich Asians, 2018), de Jon M. Chu, es el gran sleeper (éxito inesperado) del año, que los estudios Warner han producido a partir de la novela best seller de Kevin Kwan, y en cuya trama se trabajan tópicos, estereotipos y arquetipos de las más conocidas propuestas románticas de los últimos tiempos, mixandolas con el placer culposo de observar, cual repaso de la revista Caras, mansiones gigantescas, lujos y excentricidades.
Emparentada con Dinastía y Dallas, pero también con la exitosa Avenida Brasil, en donde nuevos ricos expulsaban dinero por el solo hecho de querer pertenecer a algo que recientemente accedieron, Locamente millonarios trabaja con el lujo y la ostentación, tan Donald Trump, tan ochentoso -pero corriéndolo hacia China, y más precisamente a Singapur-, cuando el joven heredero de una multinacional constructora comienza una relación con una joven que ha peleado, desde siempre, su posición y lugar en la sociedad.
Rachel (Constance Wu) debe superar la noticia del origen casi noble de su novio Nick (Henry Golding), y segundo, lidiar con la aceptación de su familia. Allí es donde Locamente millonarios tal vez caiga en obviedades que restan dinamismo en la descripción del lujo de las familias en Singapur (inserts, movimientos y aceleramientos de cámara, edición vertiginosa), y es allí donde también se emparenta con las novelas turcas que lideran los índices de rating.
Mientras Rachel descubre China, sus laberintos, sus excentricidades, y, principalmente, desanda la romántica historia, la película mantiene el clima necesario para poder explorar los caminos de la comedia melodramática sin traicionar su origen. La frescura de ciertos personajes secundarios que funcionan como el comic relief necesario para contrarrestar el conflictivo romance que se urde, habilita el necesario humor de la historia, con infinidad de gags y situaciones símil sketch que refuerzan la diversión.
Entre esa dualidad que va entre respetar al género y buscar nuevas alternativas, Locamente millonarios trasciende fronteras reivindicando las historias de amor como potenciales creadoras de sentido en un momento en donde las pantallas se multiplican con superhéroes, descubriendo allí el secreto de su éxito.
La simple historia de una joven que debe conocer y conocerse, tantas veces vista en otros formatos, atrapa y entretiene, sumando reflexión en una sociedad en donde pese a multiplicar desde el dinero su mirada irónica sobre el consumo, no reniega del mismo como inherente a la clase social que refleja.
Curiosamente, además, esa mirada sobre el excesivo consumo apunta al continente asiático para evitar la ostentación en una América de Trump con millones de excluidos, de gente que llega a pie para luchar por sus expectativas y que aún sueñan con salir adelante, pero que el presidente de cabello amarillo ha pisoteado de todas las manera posibles sus anhelos y esperanzas.