Más allá del magnífico protagónico de Jeff Bridges, que le deparó sendos Oscar y Globo de Oro, Loco Corazón es también un valioso film que aborda el complejo mundo de un artista. La genuina visión con la que el adaptador y director debutante Scott Cooper afrontó esta temática, logra atraer al tocar variadas fibras sentimentales y emocionales. El actor de Tucker, Starman, Los fabulosos Baker Boys, Sin miedo a la vida y El gran Lebowski, entre muchas otras, realiza aquí una labor notable, quizás no la mejor de su trayectoria, pero la estatuilla otorgada por la Academia funciona también como un reconocimiento a otras grandes interpretaciones suyas no recompensadas.
Aquí Bridges es Bad Blake, un cantautor country que otrora empleó su nombre original, Otis Blake; el Bad sobrevino a causa de sus malos hábitos y su errático andar artístico. La debacle en su carrera profesional, por su afición a la bebida, se ensombrece aún más por el resentimiento que le produce el masivo éxito de otro cantante más joven que él promovió. Su decadencia se extiende a su vida afectiva, incluyendo un hijo abandonado con el que pretende, ya adulto, reestablecer un vínculo inviable. Su nueva pareja, una periodista (excelente Maggie Gyllenhaal) con un niño pequeño, alienta una dudosa resurrección para sus días. Las alternativas del film prosiguen sin mayores sorpresas, pero cargadas de la mayor verosimilitud e intensidad emocional posibles, claros objetivos del realizador y de uno de los productores, Robert Duvall, también a cargo de un entrañable personaje. Duvall alguna vez protagonizó y ganó un Oscar por un film de características afines, El precio de la felicidad. Otro detalle disfrutable de Loco corazón es el real talento de Bridges como cantante y músico, al que se suma también Collin Farrell con su propia voz en su rol de afamado y carilindo músico folk.