Loco Corazón es una de las tantas películas que se enfocan en grandes personalidades llenas de humanidad, con sus conflictos irresueltos y virtudes incorruptibles. A Hollywood le encantan estos trabajos, a los que llaman “historias de redenciones”: seres que se equivocan miles de veces, caen a la par y vuelven a levantarse. Esto se comprueba con el Oscar otorgado hace días al protagonista Jeff Bridges, quien, a pesar de no lograr su mejor interpretación, alcanza esta victoria con un título de este tipo.
El actor, descendiente de una dinastía de artistas, encarna a Bad Blake, un cantante de música country que supo tener mucha fama y ahora ve que su carrera se estanca en lo profundo. Su representante lo incita a volver al ruedo de recitales y ser telonero de estrellas jóvenes, pero el se rehúsa. Es que para poder recomenzar de nuevo su trayectoria debe resolver problemas personales, algunos de ellos mucho más difíciles que cualquier inestabilidad laboral. Sumergido en problemas de salud que aquejan su cuerpo por el poco cuidado que tiene de el y su constante dependencia con el alcohol, el solista está encaminado en una vía trágica.
Un amigo le presenta a su sobrina, una periodista interesada en escribir una entrevista sobre la enigmática vida del protagonista. Maggie Gyllenhaal es la encargada de darle vida a Jean, la cronista que también tiene un viaje de desilusiones en su pasado. Sin prejuicios, deja que Blake se sostenga en ella hasta que la incesante adicción hace imposible la continuidad del romance. Es allí cuando comienza el ingrediente afrodisíaco que adoran los ejecutivos y celebridades pertenecientes a Los Ángeles. Cuando el errático toma conciencia de su situación y decide cambiar.
Éste marco, si lo adaptamos a otros tiempos y diversas circunstancias, lo hemos visto miles de veces. Podríamos destacar algunos antecesores recientes como la magnífica historia de El Luchador con Mickey Rourke, Ray con Jaime Foxx, Johnny & June: Pasión y Locura con Joaquin Phoenix, Million Dollar Baby con Clint Eastwood y Hilary Swank, y Vidas Cruzadas con Matt Dillon. Todas ellas tuvieron repercusión en las entregas de premios y les valieron estatuillas doradas a algunas de sus figuras.
Más allá de las actuaciones, lo más destacable son las canciones compuestas específicamente para el filme. De la autoría de T-Bone Burnett, uno de los mayores referentes del country, llega una lista de melodías que reflexionan sobre alegrías y tristezas, y rescatan la esencia de este estilo musical. A pesar de ser interpretadas por los mismos actores, la compaginación de sonido hace muy evidente que no lo hicieron en vivo, sino en la prolijidad de un estudio de grabación.
Bridges, un famoso cuya versatilidad y falta de vanidad le permitieron hacer cualquier rol y participar en diferentes géneros, resulta creíble como una persona a la deriva. Le agrega una sensibilidad locuaz, junto a su habilidad con el canto. Gyllenhaal, por su parte, nutre a su personaje con vulnerabilidad y gran pasión hacia quienes la rodean, ya sea su hijo o su desequilibrado amante. También aparecen Robert Duvall, una de esos mitos vivientes que con tan solo su presencia jerarquizan cualquier pantalla, y Colin Farrel, luciendo sedado en el papel del discípulo en pleno apogeo que perdió contacto con su mentor.
La opera prima de Scott Cooper se anima a adaptar un libro sobre una leyenda musical ficticia y sale airoso de la tarea. Quizás cumpliendo demasiado a rajatabla las reglas de manual para una historia pseudo-biográfica, no se da lugar a incursionar por caminos narrativos paralelos o no recorridos hasta el momento, aspecto que en lo posible serán perfeccionados en sus próximos proyectos.