“Loco corazón” (“Crazy Heart”) no es un gran film. Hasta se podría afirmar que su historia es convencional y por ende poco original. Pero hay algo que la distingue del resto de películas nominadas este año al Oscar. Nos referimos a la extraordinaria interpretación que brinda Jeff Bridges, un actor a quien a lo largo de casi 30 años no le han sobrado premios, pese a actuaciones memorables.
Desde pequeño, Jeff “vivió” el cine en compañía de su padre Lloyd Bridges, llegando incluso a aparecer (sin crédito) en algún episodio de la legendaria serie “Caza submarina”, hacia fines de la década del ‘50. Sin embargo su debut cinematográfico se produjo algunos años antes en el largometraje “The Company She Keeps”, drama carcelario dirigido por John Cromwell, con Jane Greer y Lizabeth Scott y aquí estrenado con el título “Dos mujeres” (a no confundir con la película de Vittorio de Sica). En esa película también aparecen sin crédito, al igual que él, su madre Dorothy Dean Bridges y su hermano mayor Beau, ambos también intérpretes de varios otros films.
En su apenas cuarto largometraje, “La última película” (“The Last Picture Show”) de Peter Bogdanovich, Jeff fue nominado por primera vez (corría 1971) como mejor actor de reparto. Lo sería aún otras cuatro veces, como su recordada actuación en “Starman”, y por fin este año y ante el clamor de la concurrencia a la ceremonia del Oscar, ganaría un merecido premio que es además un reconocimiento a toda su trayectoria.
La jalonan ya sesenta películas con títulos tan memorables como “Ciudad dorada” (“Fat City”) del gran John Huston y “Tucker, un hombre y su sueño” de otro grande (Francis Ford Coppola). En “Los fabulosos Baker Boys” lo acompañaron su hermano Beau y una muy sexy y bella Michelle Pfeiffer, mientras que Terry Gilliam lo dirigió en dos oportunidades: la multinominada “Pescador de ilusiones” (“The Fisher King”) y la no estrenada en cine “Tideland” de 2005. Y los hermanos Coen lo hicieron en otra actuación sorprendente en “El gran Lebowski”
“Loco corazón” del debutante Scott Cooper retoma un tema muchas varias veces visitado por la cinematografía norteamericana. La historia de un hombre, otrora famoso y ahora en decadencia, ha sido aplicada a deportistas (está aún fresca la nominación de Mickey Rourke por “El luchador” el año pasado), actores y también cantantes. Dentro de este último rubro, no pocas veces ha ocupado un lugar central el género de música country, con un antecedente insoslayable como es el “El precio de la felicidad” (“Tender Mercies”) de Bruce Beresford.
En esta ocasión el nombre del personaje (Bad Blake) parece una ironía ya que se trata de un ser más bien bondadoso, aunque con un pasado algo turbulento. Por algo será que ignora el paradero de su hijo ya adulto, a quien intentará conocer en forma infructuosa.
De gira en gira por recónditos lugares de los Estados Unidos, se gana penosamente la vida en presentaciones junto a músicos, que van rotando según la región que visita. Cuando se cruce en su vida una joven periodista, encarnada por Maggie Gyllenhall (“La secretaria”, “La sonrisa de Mona Lisa”), junto a su pequeño hijo, Bad recuperará las ganas de vivir y todo se reducirá a saber si logrará o no reencauzar su vida.
No parece casual la inclusión de Robert Duvall en el rol del mejor amigo del cantante. Más bien hasta parece premonitoria su presencia, ya que el actor casado con una argentina (que aquí pronuncia algunas palabras en español!) ganó su primer y único Oscar en la mencionada película de Beresford en 1983.
Resulta en cambio más cuestionable la inserción de Colin Farell en el rol de otro cantante de música country en pleno ascenso, a quien se lo ve poco convincente.
Párrafo aparte para la música del film, con excelentes canciones de T-Bone Burnett y Stephen Bruton, que se llevaron otro Oscar a la mejor canción original. El propio actor canta algunas de ellas.
Cuando el domingo 7 de marzo pasado fue anunciado el premio a la mejor interpretación masculina, la ovación dedicada a Jeff Bridges fue impactante. La reacción del actor también lo fue al dedicarlo a sus padres, ya fallecidos, con un emocionante “Thanks Ma, thanks Pa”. Fue sin duda el momento culminante de una entrega de los Oscar con pocas sorpresas, salvo la muy agradable consagración de “El secreto de sus ojos” y la dilucidación de quien sería el vencedor entre Bigelow y Cameron, que finalmente dictaminó que por primera vez una mujer se llevara los premios como mejor directora y mejor película, luego de más de 80 años de dominio masculino.